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Palabra de Mandela

Cualquier periódico, televisión o radio de cualquier ideología; afín a cualquier religión y en cualquier país del mundo, mostró y habló el mes pasado sin excepción de las atípicas imágenes que el homenaje a Mandela (y en muchos casos la sola voluntad de escenificación pública de ese homenaje), dejó en la biografía del Soccer City de Johannesburgo.

Y, tras las reflexiones inmediatas, propias o teñidas por los análisis de los cientos de tertulianos que pueblan estudios y platós, los pensamientos que se entremezclan en mi cabeza, vienen a hacer una parada en seco, cual derrapaje, en torno a una palabra, que no es otra que ella misma: PALABRA.

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Cualquier periódico, televisión o radio de cualquier ideología; afín a cualquier religión y en cualquier país del mundo, mostró y habló el mes pasado sin excepción de las atípicas imágenes que el homenaje a Mandela (y en muchos casos la sola voluntad de escenificación pública de ese homenaje), dejó en la biografía del Soccer City de Johannesburgo.

Y, tras las reflexiones inmediatas, propias o teñidas por los análisis de los cientos de tertulianos que pueblan estudios y platós, los pensamientos que se entremezclan  en  mi  cabeza,  vienen  a  hacer  una  parada  en  seco,  cual derrapaje, en torno a una palabra, que no es otra que ella misma: PALABRA.

Una palabra que, aún hecha silencio durante 27 años, lejos de salir hueca o ahogada de esa celda, acompañó a su portador vestida de su mejor gala: la comunicación. Y la escena de Mandela saliendo de prisión tan esquilmado de años como lleno de palabras conciliadoras que empezar a entrelazar, se superpone con la imagen de esos cientos de jefes de gobierno que se dibuja en mi retina bajo un prisma de cristales que deforman, o acaso iluminan la realidad. Y allí donde veo el apretón de manos entre Obama y Castro, no veo el saco de las palabras que cargaba Mandela, sino la realidad de la comunicación que nunca fue, o que lo fue vacía, gobernada por soberbia, recelos e intereses propios. Y allí donde veo a miles de sudafricanos bailando libres y espontáneos en una misma coreografía, no puedo evitar ver que esa danza difícilmente moverá el baile de esos que les gobiernan.

Y ese hilo caprichoso que hoy es el camino de mi reflexión no esquiva el espejo, y sigue su trayectoria hasta vernos a nosotros, los gobernados de esta parte del mundo, jugando a comunicarnos a golpe de pulgares, anulares, índices, corazones y meñiques, que forman textos cifrados de palabras menguadas en extensión y contenido. Y pienso que whatsapps, chats, tweets, y sucedáneos varios saben acaso dar titulares, pero los caracteres limitados ni construyen ni alimentan los principios, las ideas, el diálogo, la reconciliación, la generosidad o, en definitiva, el poder mayúsculo de la PALABRA.

Pero, como de mujer de mi tiempo me tengo, amén de buscar la propia redención, pongo fin al camino de mis particulares diatribas concluyendo que no incomoda el “me gusta” en el facebook del amigo que colgó una reseña de Mandela, o que por unos días la foto de tu perfil no reproduzca tu rostro sino el suyo; pero atemoriza que la política -la verdadera política- y las tertulias -las verdaderas tertulias-, no se inunden de iguales rostros y reseñas.

1 Comentario

1 Comentario

  1. Eumesmo

    20 febrero, 2014 en 19:28

    ¡Oh Mandela, en tu funeral hombres de estado no se mantuvieron en vela, charlando calientes como una candela, pues da la impresión de que todo se la pela. Mas era candela de la que no calienta a ninguna abuela, pues no había en ella calidez, y mucho menos timidez. Era fuego fatuo, luz sin brillo, conversación aparentemente insulsa, superficial y sin demasiada importancia, pero quede constancia de que, al estilo de mi paisano Cela: La danesa parecía estar en celo, y hacia el velo de su boca, dura como una roca, Obama la haría suya en rectángular cama o en oval despacho hasta el empacho. Mientras, ya sin dolor, sufrimiento o despecho, Madiba descansaba ya en su último lecho. Que a lo hecho pecho, y a los hechos me remito. Y si la danesa, cual galleta de mantequilla se apunta, yo repito, que no incito ni recito y mucho menos me excito; pues, cual poeta maldito, todo me importa ya un pito. Y a Dios pongo por testigo de que últimamente me importa todo un higo, menos la breva danesa, que si breve, dos veces buena; y para comportamiento en singular funeral… el de La Magdalena. Y termine yo ya, entre galletas, magdalenas y mantequilla, que siempre nos quedará París, y el último tango ya lejos nos pilla…

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