“19.30 donde siempre”, respondió escuetamente por el wasap. No hizo falta determinar muchas cosas más. Aquella tarde de jueves con frío, lluvia y nieve en la cumbre era la propicia para el encuentro. Demasiados aplazamientos, pero, ya se sabe, lo bueno se hace esperar. Entusiasmado acudí a la cita, puntual y expectante. Tras el encuentro, carretera y manta rumbo al sitio. La consigna era encontrar buenos caldos y sabíamos dónde ir. La referencia era clara, la investigación estaba hecha. Ahora solo era cuestión de hacer el trabajo de campo.
En la capital, el frío había alimentado la magua de un escaldón. En el norte, el deseo se hizo realidad cuando el camarero lo recitó entre las bondades de la carta. Al gofio se le unió el pulpo, el pescado y unas papas que entraron en la ecuación con un extra de sal. Es la arruga más bella que conozco. El menú se regó con el blanco semiseco de la casa. Vino nuevo con aroma a flores y fruta madura. Recorrido medio en el paladar. Meloso listán; esencia de la tierra. Los muchachos supieron heredar con fortuna, no la del dinero, sino la del que sabe aprovechar la oportunidad para mejorar lo que sus ascendientes empezaron. Al fondo el paisaje rural alimentado por la cultura de salón. Televisión y fútbol aderezaban la postal. Los machos, cuarta en mano, arremolinados en torno al entretenimiento nacional. Pan y circo, lo necesario para vivir.
Chochos y una cuartita para empezar, en lo que llega la comida. El sato recorre vigilante las mesas. Nunca se sabe cuándo puede caer un trozo de comida. La palabra compañera y la risa cómplice. No siempre se logra conectar con el interlocutor; se tienen que dar las condiciones ideales y éstas las eran. Tiempo y espacio para arreglar el mundo. Los argumentos se agolpan y tenemos la sensación de que todo es igual. No hay reacción alguna a lo que nos rodea. El pueblo sigue sin despertar; tácitamente muerde almohada. El poder tiene los ojos bien abiertos; sórdidamente sopla nucas. Nadie se atreve a destapar el pastel. Todavía no se ha tirado de la manta lo suficiente, seguimos callando. Desde pequeños nos enseñaron la cultura del silencio. En la escuela era mejor no hablar, podían cogerte manía. Ay, chico, no digas nada. ¿Tú no sabes quién es ese? Mejor te estás calladito, vaya a ser… De esos temas mejor no hablar. ¡A ver quién es el que le pone el cascabel al gato sin quedarse con el culo al aire! Nosotros quedamos en seguir alimentando la cultura con letras y sonidos.
Otra cuarta de vino y seguimos transitando por lo cotidiano en lo que saludamos al viejo maestro, al entrañable vecino que hacía tanto que no veías, al personaje del lugar y sus divertidos argumentos. Unas carcajadas y nuevas ideas por las que brindar. Rematamos la comida mojando pan en el tumbo que dejó el aceite y el vinagre del pulpo. Los parroquianos empiezan a marcharse. Preguntamos cómo quedó el partido y pedimos la cuenta. Hora de recogerse. El sato ya está en la cocina echado al calor de la familia. Nosotros nos vamos con la música a otra parte. En el coche suena Miles Davis de camino a casa. ¿Alguien da más?
Miles Davis – So What from Pedro Ample on Vimeo.