Estar cansado tiene plumas,
tiene plumas graciosas como un loro,
plumas que desde luego nunca vuelan,
mas balbucean igual que loro.
Estoy cansado de las casas,
prontamente en ruinas sin un gesto;
estoy cansado de las cosas,
con un latir de seda vueltas luego de espaldas.
Estoy cansado de estar vivo,
aunque más cansado sería el estar muerto;
estoy cansado del estar cansado
entre plumas ligeras sagazmente,
plumas del loro aquel tan familiar o triste,
el loro aquel del siempre estar cansado.
Estoy cansado, poema de Luis Cernuda
A pocos días de que Paulino Rivero estreche la mano del rey lesionado, todo se ve de otra manera porque ahora sí que uno considera que se halla en lo cierto cuando sostiene que vivimos cabalgando sobre el lomo de la apariencia más irrelevante, sobre lo inservible para el común de seres, animales y plantas.
Juan Carlos I no mejorará nada las cosas, como también ocurrió, en esencia, con el viaje a la Moncloa del presidente canario nacido en El Sauzal. Todos estos son ahora mismo encuadres institucionales que no dan de comer. Eso es: visitas, charlas o silencios; sí, citas silenciosas, mudas, que igual ni hablan sino sólo se dedican a dejar pasar el tiempo (media hora, tres cuartos de hora, ya una completa y, “¡vamos, Rajoy, por favor…!”, dame un poquito más que ahora me toca venderme ante lo que va quedando de eso que hace nada llamábamos prensa con mayúsculas).
La democracia formal española, e imagino que otras de la misma cuerda, hace ya tiempo que fue al modista y cargó de trajes con sello de apariencia su armario para vestidos, calzados y otros enseres. De ese burdo contenedor, día tras día, salen cuerpos vestidos de trampa con cartón bien dispuestos a decir más de lo mismo, nada, y con eso, por ahora y pese a la que está cayendo, les basta, que es lo triste. Así… al menos por lo que duran mandatos y legislaturas.
Es lo que tenemos: dificultades generalizadas y mucha incapacidad de respuesta, lo que obstaculiza llegar a todos esos armarios para plantearse de manera seria y necesaria el decomiso de trajes caros; lindos, sí, pero muy caros, y de vestidos, ropa interior, pantalones, chaquetas, zapatos, corbatas y collares, entre otros abalorios excelentes para avivar un buen fuego.
Tanta prenda forma parte, son elementos clave, de la composición matutina de la mentira y de la demostración metafórica más barata y auténtica de lo que hoy está pasando: vivimos guiados por seres llamados políticos que son meros disfraces o autómatas con máscara, pura trampa… No todos, pero sí la mayoría. Es la estructura, ¿inamovible?, de la excepción que confirma la regla.
Así casi de pleno, que luego están, ¿pero dónde…, por favor, dónde…, que los colecciono y hoy tengo el estante bien vacío?, los que pasan el cerrojo, salen a la calle, caminan, desayunan criterio y siempre se ven desnudos. Los seres desnudos, queridos ciudadanos de este Estado de derecho, el de la ley y el orden, y el del “peaje hacia la dictadura” en España (y aquí robo tan fortísima expresión al amigo Luis Aguilera), son los de verdad puros; los que nunca se ven en sitio alguno porque casi no existen; los que no visten a partir de encargos al sastre que abonan las instituciones (los pobres); los que se parecen a todos y por eso es muy difícil sacarlos del mogollón; los que tienen ganas de hacer y construir por el bien de todos y además no tienen la necesidad, ni la tendrán, de buscar disfraz o estudiar retórica y falsatoria, ni de pintarse la cara y robar veremos que sean consumidos con colas por la masa.
Con esos seres desnudos, inexistentes, desaparecidos, invisibles, pendientes de parto limpio…, son con los que hay construir el futuro; son a los que la ciudadanía tiene que decidir cómo vestir, qué ponerles y qué hacer con ellos para que todo esto sea bien distinto de una maldita vez: nuevo, revolucionario, reluciente… Y para que así el entramado hoy tramposo y mutilado se convierta en plato lleno de decencia y porvenir. Para aterrizar en este modelo utópico (“seamos realistas, pidamos lo imposible”, máxima del Mayo francés -1968-), necesitamos, ahora sin discusión posible, aquellos seres desnudos. ¡A por ellos…! Miren hasta debajo de las piedras, y no paren hasta hallarlos. Son la salvación terrenal. ¿Les parece poco?