Una, y no más. Esa sería la última oportunidad que tendría él para continuar al lado de Kate. Sería la definitiva, el todo o nada, un all-in con todo lo puesto, donde no valen las apuestas mínimas. Lo mínimo que debía hacer él era demostrar todo lo que decía prometer, cumplir cada uno de los puntos y comas del contrato verbal que habían sellado en un abrazo. Un trato de confianza en silencio. Con la firma del acuerdo, se acabarían los celos por la parte de él, fueran por el motivo que fueran. Los “ese tío te mira mucho”, “para quién te vistes tan guapa” o los más odiosos “con quién hablas por el móvil, que te veo conectada” debían terminarse para poder continuar. Quedaba claro de una vez que ella es de las personas que llaman la atención, personas que suelen ser motivo de miradas; la vestimenta, la que le hacía sentirse bien, cómoda y, obviamente, guapa. Y los odiosos interrogatorios, que ni se le ocurrieran, que para algo Kate era su propia dueña: hablaba con quien quisiera, cuando y cuanto quisiera. Ya si él seguía pensando que la conversación era con un pibe aleatorio con matices de cuernos, era cosa suya. Ella estaba cansada ya de esas tonterías: buscaba un poco más de madurez en su relación.
La base, los cimientos y todo lo que servía de punto fuerte para que la relación siguiera adelante se veía dañado poco a poco con tanta discusión estúpida. Y de aquella última disputa surgió el acuerdo por el que Kate decidió coger el toro por los cuernos y dejarse de boberías de cuernos. Lo que importaba realmente era el amor, lo que sentían ambos, lo que nadie sabía que ellos eran cuando estaban únicamente ellos dos. Lo importante dejaba de lado el móvil, el dinero. Lo material. Lo realmente primordial traía su propia canción y ambiente, su propio recuerdo. Un bolígrafo y un diario con páginas de amor, desconfianza y celos que faltaba por rellenar. Desconfianza y celos, pero no siempre por parte de su novio. Kate también tenía lo suyo: inquieta, odiaba el momento en el que su novio cogía el móvil y sonreía hacia él, como si leyera continuamente chistes que le hacían esbozar tal gesto. ¿Qué tanto vería?
Una, y no más. Esa sería la última oportunidad para confiar en él. Para ello, necesitaba pedirle antes una prueba de amor:
-Déjame tu móvil desbloqueado.
Sería la prueba definitiva.
Una, y no más.