Hace tres días que me escapé de casa. Me colé por la alambrada del jardín, justo por debajo del trozo que dejaron mal puesto. Sólo tuve que escarbar un poco, lo suficiente como para que cupiera mi cabeza y arrastrar el resto del cuerpo hacia afuera. La sensación fue asombrosa, tenía la adrenalina por las nubes. Tome aire e inspiré profundamente… Nunca había olfateado nada igual. Olía a libertad. Esa noche corrí como si fuera lo último que fuese a hacer. Jamás olvidare ese día.
Ya no aguantaba más aquella vida. Se que muchos darían lo que fuera por estar en mi situación: comida gratis, un lugar caliente donde dormir, juguetes, buena compañía, mucho cariño… Pero eso no estaba hecho para mi. Deseaba tener la libertad de poder ir donde me diera la gana y hacer lo que quisiera. Mi monotonía diaria consistía en complacer las órdenes de todo el mundo en aquella casa: siéntate, quieto, échate, ven aquí, salta, cógelo Canelo… Empecé a sentirme incómodo con todo eso, los premios me aburrían, no conseguía ser yo mismo. Luego no soportaba aquel olor nauseabundo del pienso seco sabor pollo y arroz; era increíble la cantidad de agua que me hacia beber. Incluso llegué a detestar aquel anti estrés que me dieron para aplacar mi nerviosismo, me había dado por rascarme tanto que me salieron eccemas y los especialistas decidieron cambiarme la alimentación. Fueron duros aquellos días. La situación además empeoraba y mordía todo lo que encontraba a mi alcance, no distinguía entre unas petunias, las cholas de levantar, el periódico o mi propio rabo. Los paseos no aplacaban la ansiedad. Sentirme atado a aquella correa solo aumentaba la sensación de ahogo. Ese collar, pese a que lo llevaba holgado, apretaba demasiado. Yo solo tenía ojos para aquellos satos que andaban sueltos y husmeaban en la basura. Eso si que era felicidad, quería acercarme, pero cuanto más los llamaba más jalaban de mi. Llegué a mi tope el día que gruñí cuando intentaban darme un abrazo. ¿Cuántas veces tengo que indicar que no me gustan los abrazos? ¿No vieron que intentaba tocarme la nariz con la lengua? Por no hablar de los besos… ¡puaj! ¡Que no soy una persona! ¿Cómo lo explico? Nada, no les valieron los argumentos, castigado de nuevo por rebelión.
Estos tres días están siendo increíbles. Por fin estoy vivo por dentro. Como lo que encuentro, huelo a quien quiero y voy meando esquinas sin pensar en el maldito periódico. Incluso me he metido en alguna pelea, nada importante que no cure un buen lametón. Comienzo a sentirme callejero, like a Rolling Stone. El único problema es huir de los carteles que ha colgado mi dueña anunciando gratificaciones al que me encuentre. No volveré. No echo de menos a nadie. Y es verdad, puede que acabe en la cuneta de la autopista persiguiendo algún minino, pero al menos esta vez seré el dueño de mi propia existencia.