La Comunidad de Países Latinoamericanos y del Caribe (Celac), que excluye a Estados Unidos y Canadá y que se ha reunido justamente en la díscola Cuba, da la impresión de que se consolida como el foro natural de la región, sin la tensión que en la OEA provocan los intereses de Washington. Lo anterior no significa la inexistencia de otras tensiones. En el continente subsisten países anclados en el neoliberalismo que impuso el Consenso de Washington, eufemismo harto mentiroso porque no se trató de un acuerdo entre las partes sino de la imposición unilateral de una política que llevó y lleva al desastre, no tanto a las cifras macroeconómicas, sino a los pueblos. Basta ver el resultado de las privatizaciones y de los TLC. En contraposición, está el nuevo y hazañoso surgimiento de gobiernos que ya no miran al norte sino que se empeñan en recuperar para su gente no sólo lo perdido sino lo que, perteneciéndoles, nunca tuvieron. Con todo, estas discrepancias están siendo sorteadas con habilidad para encarar y reunirse en retos y propósitos comunes.
Dicho lo anterior, que sin duda el lector conoce, me sirvo de la actualidad de la Celac para desglosar una tesis que, en principio, puede tomarse como la exagerada afirmación que acompaña a la radicalización o al fanatismo.
A mediados del año pasado, estando en Colombia, acompañé a mi hermano a casa de un industrial mediano para hablar de un negocio que traía entre manos. Luego de los números, se entró en una amena conversación. Como resido en la Argentina, la charla derivó hacia el gobierno de Cristina, lo que puso en evidencia su desinformación absoluta y por ahí mi hermano coló, con cierto tono compasivo, que yo era chavista. Todos se echaron hacia atrás como si mis simpatías fueran una bofetada.
Para entender su reacción hay que haber vivido la era del genocida Uribe Vélez, que inoculó, con gran éxito y especialmente entre las clases medias (a las altas no hacía falta), un venenoso odio contra Hugo Chávez. Así, si usted tomaba un taxi o llegaba a una casa o entraba a un comercio, lo que primero preguntaban era si se sabía el último chiste obsceno o racista contra Chávez.
Debió ser como reacción a su asombro que yo hice, para acentuarlo, la afirmación de que Chávez era la figura más importante latinoamericana después de Simón Bolívar. Si lo dije por tocarles las narices, ahora estoy absolutamente convencido de ello, con un cierto condicional: que todas sus iniciativas se sigan desarrollando.
De su inspiración y creación nacieron la Celac; Unasur, que ya ha demostrado ser un antítodo contra los golpes de Estado, y está el incipiente Banco del Sur, que puede llegar a ser el ábrete sésamo de la región si la fórmula de Chávez triunfa y los 400.000 millones de dólares que Latinoamérica gira al norte, especialmente en reservas nacionales, se quedan en casa para financiar su desarrollo. Tampoco nunca antes nadie dejó la retórica verbal de la hermandad y pasó a ejecutarla desahogando a las débiles economías centroamericanas con petrocaribe y dentro de esta misma idea construyó el Alba, un mecanismo de comercio que ha sacado a millones de la extrema pobreza y donde se han incluido países que jamás se habían sentido participados ni pertenecidos. También está el Sucre como moneda de compensación que ha suprimido el paso obligado del dinero del comercio entre los países que la adoptaron por Nueva York.
La Celac y los demás organismos regionales necesitan suplir su ausencia y la de Néstor Kirchner para reimpulsar la segunda y definitiva independencia del continente. O todo se va al carajo.