Un estado es gobernado mejor por un hombre bueno que por unas buenas leyes”
Aristóteles
Hace unos días asistí a una enriquecedora conversación entre unos muchachos y un profesor, en algún lugar que ya no recuerdo. Estaban sentados en círculo, y le miraban y escuchaban absortos. El profesor me recordaba vagamente a la imagen que tengo de Aristóteles, o por lo menos de las representaciones que sobre él han llegado hasta nuestros días en esculturas y pinturas. Esto es lo que escuché:
– Profesor, ¿qué ocurre con la clase política de hoy en día?- preguntó una de las alumnas con tono entre enfadado e incrédulo.
– La política de hoy es similar a la de antaño… No ha cambiado tanto. El ser humano es víctima de sus pasiones, desde las más sublimes hasta las más abyectas, y siendo así, es inevitable que las proyecte, tanto a unas como a otras, a su ocupación.
– ¿Quiere decir que los ciudadanos que se dedican a la política son víctimas?- dijo uno de los chicos con ironía y una sonrisita socarrona. El profesor tomó aire y empezó a hablar.
– Quiero decir que un hombre o mujer que se dedica a política es, en un principio, igual a ti o a mí, con ideas legítimas y provechosas, con raciocinio y lógica, con sentimientos, pasiones y deseos, con virtudes y defectos… Más adelante, o desde el inicio incluso, corre el riesgo de ser tentado y vencido. Su moral, puede ser corrompida por la impunidad que le ofrecen los que le rodean, de los que comparten o no su ideología, de propios y extraños… y también por el mismo sistema social, económico y político, con sus trampas, subterfugios y triquiñuelas, que convierte a las minorías en castas privilegiadas; su sentido de la responsabilidad, puede ser fagocitado por el corporativismo, el cual hace que baste con un cierre de filas para que las tropelías cometidas se pierdan en el olvido; su empatía, una de las cualidades humanas más sagrada, adormecida y anulada por un modo de vida de lujos y dispendios que les sitúa en el otro confín del mundo cuando se trata de mirar a los ojos a los semejantes que les dieron su confianza y a los que, supuestamente, sirven. En definitiva, que un ser humano fértil en ideas, propósitos y deseos es susceptible de arruinarse a sí mismo y a los que le rodean…
– ¿Y no hay solución a eso?- ante la pregunta, todos miraron, expectantes, al profesor.
– Por supuesto que la hay… depende de tener o no una cualidad esencial, de mantenerla a salvo, como un tesoro, y de hacer uso de ella contra viento y marea.
– ¿Cuál es, profesor?-
– Humanidad…
Sergio Hernández Hernández, Psicólogo, twitter@sergiopsico77, @sergiopsico77