No se puede negar que La gran estafa americana es una buena peli. La ambientación, la banda sonora (rozando la perfección en algunas escenas memorables) y sus cuatro protagonistas (nominados a los Oscar en las cuatro categorías específicas) hacen que el último trabajo de David O. Russel se deje ver muy bien en el cine. Pero de que se deje ver a que haya sido una de las pelis del año…, me parece excesivo.
El filme trata de cómo un estafador (Christian Bale) y su astuta y seductora compañera (Amy Adams), para escapar de la cárcel, tienen que trabajar a las órdenes de un agente del FBI, con pocas luces y que busca la fama desesperadamente (Bradley Cooper). Cooper los termina metiendo en un caso que se va complicando día a día, implicando a políticos de alto calado, entre ellos el alcalde de New Yersey, interpretado por Jeremy Renner, hasta incluir a la propia mafia (encarnada en la figura de un siempre eficiente Robert de Niro). Y por si alguno anda despistado, todo esto se basa (muy libremente) en hechos reales.
Pero vayamos analizándola. La cinta comienza con una escena memorable, que es ver cómo Irving Rosenfeld (Bale) se coloca delante del espejo y con sumo cuidado se pone una especie de peluquín, tapado por una ristra de pelos grasientos y todo ello glaseado con laca. Punto de partida fundamental para ver el calado de nuestro galán. A partir de ahí, viene una escena trepidante en la que aparecen los otros protagonistas (Cooper y Adams), con un diálogo aparentemente incoherente y con un maletín de por medio en el que ninguno de los espectadores entiende nada. La cosa se complica y… flash back explicativo de esta situación. Buen comienzo, ya que hizo que todos los que estábamos en el cine no nos quisiéramos perder nada de cómo se había llegado a esa situación tan caótica.
Pero ese ritmo trepidante se va desvaneciendo a lo largo de las dos horas de película, sobre todo hasta que se cuece, por fin, el desenlace y se remonta el vuelo. La banda sonora sí que es parte fundamental, y la mejor opción de esta cinta. Momentos como el de una Jennifer Lawrence desatada cantando Live and let die o el punto discotequero de Adams y Cooper con Donna Summer y su I feel love de fondo son de las mejores escenas de la cinta. Como ven, se trata de canciones setenteras muy pegadizas y bien elegidas. Pero, sinceramente, esto no es suficiente para ser definido como el mejor filme del año.
Tampoco es definitiva, sobre todo para llegar a tanto éxito acumulado, la actuación de sus protagonistas, aunque tengo que decir que hay una gran diferencia entre ellos y ellas, a favor de estas últimas. Amy Adams, para mí una de las mejores actrices del momento, con ya cinco nominaciones a sus espaldas, tiene una capacidad camaleónica para interpretar todo tipo de papeles. Y así lo hace en esta película con un vestuario feroz y siempre excesivamente escotado (me imagino lo complicado que tuvo ser mantener todo en su sitio en ciertas escenas), desbordando pasión, ira y muchísima desesperación, siempre con el toque hortera de esos años sesenta. Pero la que marca diferencias en esta historia es Jennifer Lawrence en el papel de mujer neurótica de Bale. Cada vez que sale inunda la pantalla y va cogiendo fuerza según avanza la historia. Oscar más que justificado y que, en caso de conseguirlo, sería su segunda estatuilla consecutiva, ya que el año paso la obtuvo por su papel protagonista en el Lado bueno de las cosas, también bajo las órdenes de este mismo director.
Los actores son otra cosa. No lo hacen mal, pero no convencen, sobre todo Cooper. Todavía Bale, con su exceso de peso que da penita verlo (sobre todo si la imagen que se tiene de él es la de Batman) y su peculiar peluquín, realiza correctamente su papel y dota al personaje de una coherencia totalmente en desacorde con su imagen. Pero el agente del FBI es otra cosa. Cooper le da un toque de payasada a su papel que no encaja en la situación que se está viviendo, y no me refiero a los minirrulos que se pone por la noche para rizarse el pelo…
Russel, el llamado niño mimado de Hollywood, no consigue nada más allá que entretener con esta cinta en la que todo huele a caspa, laca y sudor. Le terminas cogiendo cariño a la pareja protagonista por puro cansancio de tantas banalidades y, sobre todo, por el grado hortera que envuelve toda la película y del que ellos no escapan, pero sí sobreviven. Hay quien compara su trabajo con el de Scorsese… Para mí, ni de broma. Entre el director de origen italiano y Russel, este año el Oscar es para Scorsese.