A diez grados centígrados de temperatura ambiente, lo que incluye la medición del aire espeso que se ha posado en la terraza abierta al mar y a la dorsal de Santa Úrsula de la casa de los papás, en el mismo corazón del Valle de La Orotava, me tropecé, y esto no me lo esperaba de ninguna de las maneras, con lo antes nunca visto ni vivido en el barrio de mis amores y horrores, una zona en la que por poco brota la maresía. Ahí mismo resurgió…, y fue en estos días de frío polar, de cuña en altura que penetra en busca del ecuador que divide los hemisferios de este globo descomunal que da vueltas y más vueltas hacia la extinción inevitable, más tarde que temprano.
Ese día, idóneo para las heladas corpóreas, para el enfriamiento de todo lo que entra en contacto con la atmósfera, a mí se me calentó la lengua, la mente: puse a hervir el coco y sus componentes, y de esa voluntad resultó una sopa bien calentita, de las que si tomas rápido te queman por dentro.
Gracias a ese caldo hecho de asuntos propios, pude aderezar algunas líneas sabrosas, excitantes, erróneas quizás…, aunque necesarias, imprescindibles. Por poco que nieve, no hay que perder la oportunidad. En realidad, y estoy convencido de lo que ahora afirmo (y así lo esbozo para que no se lo tomen a broma), esta experiencia que narro no hubiera sido posible sin el programa de Cifu en Radio 3, en el mismo momento en que la sopa penetra, el caldo lo inunda todo por dentro y aparece, en ese explosivo instante, la idea de los diez grados centígrados en la calle de un barrio sin mayor historia, cercano a la costa y en el que el recuerdo nunca antes me había traído aquella sensación de helado de hielo. Helado de hielo, flash, boliches…, qué cosas las de entonces…
Cifu va a lo suyo, que para eso le pagan y cumple a la perfección, y de camino disfruta y hace disfrutar sin afán de lucro, mientras que fuera el viento golpea con majadería. A la intemperie ahora mejor no, que el tiempo meteorológico está que te sube por las paredes sin pensárselo mucho.
Con el patio así de peleón, aún quedan muchas cosas que hacer, aunque todas como si estuvieras metido en una caja de zapatos que conserva el olor a rancio y que, dentro de ella y con mascarilla, te hace viajar a un día en que el calzado era cosa de ricos. “Mejor no; ahí no quiero ir ahora…”, acierto a decir, y esquivo con ese reflejo el horror de verme con los pies llenos de mierda tras jugar al boliche en un agujero hendido en el barro y con amigos del cole que no paran de ganarme. El laurel deja una sombra que evita la evaporación del agua y los charcos de juguete se ponen las botas en mis pies sin pieles ni plásticos ni telas ni cartones. Era horrible y por eso ahí no quiero volver: evito ese cuadro de niño.
Cifu (¡cómo pasa el tiempo de rápido cuando la mente se va de paseo!) anuncia que él ya termina, y no se sabe muy bien qué. Pena. No sé qué me ha pasado: con tanto lío para pillar la onda y poder empezar con poderío, solvencia y con texto rematado para recibir aplausos, se me pasa el arroz, que ya es difícil, y la sopa Magic, más difícil aún, y hasta los restos de potaje de coles que esperaban morir en un buen escaldón. Se me pasa todo, ¡todo…!
Estoy hecho una piltrafa, como se aprecia. Decido ordenarlo todo y me entero de que el CB Canarias pierde. Me da exactamente igual, como lo ocurrido ayer con el Tete o Las Palmas. Aún no sé qué pasó con el Barça, que también me da igual. Sólo me empeño en ver de qué manera salgo de esta: en cómo voy a resolver tremendo entuerto literario. Jaleo.
En las redes sociales, Facebook y Twitter, ya con la vitrocerámica camino de temperatura ambiente, sólo hallo cosas que me enervan, que me alteran, lo que, luego me doy cuenta, contribuye a dar fuste y temperatura al sofá, y poco más. Aprovecho el calentón y me quito la manta de encima, bajo los plomos y me digo que seguro no ahorro nada con este alarde de listo, que soy un estúpido, aunque, por favor, menos que ese tal Moreno nacido en Barcelona que ha mentido con desparpajo acerca de sus cualidades académicas y al que Rajoy premia con ser el sustituto de Arenas al frente del PP en Andalucía, ¡democracia…!, pese a que no hace migas con la mojigata de Cospedal.
También leo las tonterías, las abisales boberías que llevan membrete del Cabildo en relación con la pelea entre los adeptos a las denominaciones de origen vinícolas de Tenerife (cinco) y los que comulgan con la llamada Islas Canarias, situaciones que deben ser compatibles, sí o sí, y que, por si algunos no se han dado cuenta, que los hay muy viajados pero poco observadores, pronto todo esto dará paso a la marca, a la marca como mayor y más eficaz garantía de lo que uno compra y se lleva al gaznate, con cada vez menos valor para las contraetiquetas.
País que mata lobos, país que cabalga sobre insensateces, país que alardea del furtivismo y de la mediocridad, país de rebajas día tras día, país de galardones inmerecidos, país de la basura y la indecencia, país de la antiética y del todo vale, país que no es país, que no está en la media de la Europa verdadera: la de los principios, el honor, la solidaridad… ¿Existe? País de hacerlo volar todo y de no ver que el espacio está plagado de aeroplanos, país que no cae en la cuenta y desprecia la verdad que interesa al común y que convierte en visible la mentira, la desfachatez y la morosidad humana. País, país, país… País de mierda, este en el que nos ha tocado vivir, país que entierra la esperanza y que aviva el adiós, país sin respaldos ni asideros, país de la estulticia y la borrachera de sandeces, país en el que todas las miradas se dirigen a hacer creer a alguien que la solución pasa por el robo consentido, legalizado y normalizado que aplica una tropa de bandoleros que hacen los que les da la gana porque la soberanía popular, de aquella manera, les ha dado licencia para matar. Y ya se sabe que lo que se da no se quita. Y así nos va y nos seguirá yendo. Por ahora, por ahora…, claro, pero este ahora ya a mí hace tiempo que me huele a eterno.
Cifu recuerda ahora, que el hombre está mayor, que su programa de hoy, fíjate, es de dos horas, un especial… Y antes se quería ir; y yo con tanta prisa. Le doy las gracias, que me ha salvado, y sigo escribiendo sin parar, pero ya abriendo otra página que formará parte de una secuencia que igual, quién sabe, no me atrevo a presentar en este universo.
En mi barrio, que han llamado de casa de los papás, la temperatura sigue anclada en los diez grados centígrados, algo menos en la altura de la terraza que mira al mar y a la dorsal que oculta La Corujera. “¿Y donde Las Galanas?”, pregunto… Seguro que el termómetro también está en el diez, pero allí, y muchos de los que me siguen lo saben, eso poco importa: en ese laboratorio humano lo que vale es el hedonismo con nombre y apellidos, la cercanía y que pase el tiempo, siempre de felicidad, siempre cariñoso, inmenso, verdadero e insustituible.
Se acabó Cifu y se van a la cama sus notas de jazz; Las Galanas está muy lejos, y además hoy cierra, y yo aquí con el viento de los insultos y las sandeces, y con un libro que espera como hoguera encendida, como escape del hielo. Pa’ ya voy, también casi a diez grados centígrados.
Me voy frío, en paz, dicho lo dicho y cansado de predicar en el desierto de calles silenciosas, sucias de todo, desalmadas y ajenas a lo que otorga la vida. Me voy esperando que el jazz reavive la jornada, incluso a través de música de podcast. Si así no fuera posible, habrá que tirar de día y página para que el domingo pase de una vez y pronto pueda atracar en el puerto de entrada a Las Galanas, donde todo esto yo lo resuelvo con un soplido, con mis diez grados, con mis satos y matas, con mis aplausos internos y con mis amigos, que son como el arco iris o un catálogo de Pantone.
Allí está la solución a todos los males: la vida, la naturalidad, la concordia y la verdad. Allí reside la razón de ser del humano en su versión menos plana; allí hiberna a la perfección la condición humana: a diez grados, a quince o a cuarenta y cinco… Allí, allí, allí…, y desde allí siempre a más sitios equivalentes y con más gente. Desde allí se reclama el acabose de toda esta hediondada.
Ya tengo a Cifu otra vez, ya me apago, ya cierro los ojos, ya despierto en mi soledad de mente dormida. Me voy en esta despedida sin fin para en seguida volver, que queda todo por hacer, empezando por fregar la parte quemada de la sartén y el caldero, para sacar brillo e iluminar con ese resplandor lo que queda de jornada.
Adiós, y tengan paciencia, que en Las Galanas esta vez hay para rato. Habrá litros de tiempo blanco y semiseco para montar una y hasta dos revoluciones. Verán, verán…
El termómetro sigue clavado en ¡diez grados centígrados!