Yo poeta declaro que escribir poesía
es decir el estado verdadero del hombre
es cantar la verdad es llamar por su nombre
al demonio que ejerce la maldad noche y día.
‘Yo poeta declaro’ de Agustín Millares
Sensación de vivir. ¿Recuerdan el eslogan? Imposible no recordarlo. La multinacional americana de refrescos sacó esta publicidad a finales de los ochenta y aún perdura en nuestras memorias. Un anuncio que tocaba las emociones del espectador de la época. Por aquel entonces, los avispados publicistas y encargados del marketing, incidieron en que lo importante para el consumidor ya no era el producto, sino las experiencias que se desprendían de él. Si eran capaz de tocar tu fibra sensible, de conectar con tus vivencias, lograrían colocar el género y es más, probablemente asegurarían que permanecieras a su lado. La fidelización a través de la experiencia del consumidor. Una receta que les ha valido durante décadas con múltiples campañas y que muchos han emulado para vender toda suerte de artículos, desde un coche a un detergente.
Aquí y ahora, en pleno siglo XXI, parece que hemos vuelto a descubrir la panacea en cuanto a las técnicas de mercado. En cualquier curso de coaching o derivados que usted tenga a bien hacer, le instruirán perfectamente en estas prácticas. La clave, insisten, es emocionar al cliente para que viva una experiencia y se enganche a lo que le ofrecemos. Técnicas de seducción para atraparlo, para influir en él y que acabe consumiendo, pues el fin último que se pretende es ese, el consumo. Y para conseguir esto vale todo y por supuesto, el arte, qué mejor elemento para transmitir. Podemos usar desde un cuento, un poema, un cuadro o el mismo teatro. No importa de quién sea (porque ni los autores nombran), ni de con qué calidad se representan, solo se busca la emoción del momento. Despertar sensaciones por el simple hecho de hacerlas.
Pero no todo vale. Las emociones no se pueden prostituir. No pidas que sienta gratis, sin fondo. Si usamos fuegos de artificio para conmover al otro corremos el riesgo de que con el tiempo, pierdan su efecto. Se cae así en la lágrima fácil, en el sensacionalismo barato de recursos como el típico gatito mono, el bebé que ríe a carcajadas, los manidos cuentos de autoayuda o en los plagios sin escrúpulos (pobre Mafalda cada vez que la veo con los diálogos cambiados a antojo del personal). Hay que tener la dignidad de hablar desde lo que verdaderamente nos mueve, encontrar la esencia de cada uno y transmitirla, sin trampa ni cartón. Los artistas han encontrado un camino para emocionar desde el compromiso con la vida y con lo que son. Una empresa, un producto, un destino, o individuo deben hallar la manera de ser auténticos desde sus propios valores y usar lo de los demás con respeto y criterio, con educación y formación. Cambiarían mucho las cosas si nos dejáramos de complejos provincianos y empezáramos a ser nosotros mismos. Mire a su alrededor, mírese dentro; tiene mucho que ofrecer. Y auténtico.