A pesar de tanta discusión, de los malos momentos y los gritos, el amor que decían sentir el uno por el otro lograba mantener un mínimo punto de sujeción entre ambos, buscando solucionarlo todo cuanto antes. Botella de vino en la mesa, dos copas y sus ganas de quererse al máximo, la noche comenzó con lo que venían a hablar: el porqué de sus malos ratos.
-De verdad, no te entiendo. A ver: ¿quién logra entender a las mujeres?
-¿Y a los hombres? ¿Quién, eh?
Sorbo a sorbo, la tensión de la conversación aminoraba a la par que sus manos se acercaban más. Sustituyeron sus ataques por suspiros profundos, los gritos por tres segundos para pensárselo mejor y los insultos, por un trago de la copa.
-No sé cómo lo haces… pero me encanta.
-¿Cómo hago el qué?
-Encantarme hasta enfadada.
Siguiente botella de vino, descorchada y a la mitad. Ya no había gritos, solo sonrisas y, más aún, risas. Las miradas cómplices atravesaban los ojos de la pareja sin ningún punto en el que centrarse, alimentándose de carcajadas y de manos entrelazadas. Curiosamente, ya sea por el vino o por cómo estaba yendo la noche, se entendían sin apenas hablarse, a través de su lenguaje corporal. No hacían falta palabras.
-Qué bonito lo que dicen tus ojos.
-¿Qué dicen?
-Puedo leer en ellos que estás loca por mí. Puede que mañana ya no sepa leerlo, que vuelva a no entenderte…
-Quizás mañana, sencillamente, no te dejo leerlos.
-No lo entendería, pero tampoco pretendo entenderlo. Hoy no quiero entenderte, quiero quererte. Mañana también te querré, y pasado, y el otro… Entenderte ya es otra historia.
-No entiendo que me quieras.
-No quiero que me entiendas.
Segunda botella, terminada. Volvían a hablar el mismo idioma. En ese instante, en esa mesa. En esa noche. Al menos, en esa noche.
@arunchulani