Tenerife (es de suponer que casi toda Canarias, excepto El Hierro, por la crisis sísmica) ha colgado el cartel de completo. No cabe ni un alfiler. Me cuesta creer que de las más de 400.000 camas turísticas no haya ni una sola libre, pero esa es la contestación que reciben los muchísimos turistas que en su momento pensaron escaparse unos días a esta (estas) islas por estas fechas. Si no cabe nadie más, ¿lo hemos hecho bien o mal?
Según entiendo yo, muy mal.
Hoteles y apartamentos por encima de un 85% de ocupación suelen ser un auténtico caos para los trabajadores, miembros de plantillas que se resisten a crecer, y una verdadera pesadilla para quienes se alojan en ellos.
Colas para desayunar, toallas que ocupan las hamacas desde antes del amanecer, colas al almuerzo, salas de espectáculos y piscinas abarrotadas, colas para cenar, ruido, ruido y más ruido, prisas, mal servicio, malos humores y protestas… Por no hablar de que no encontrarán coches de alquiler, del agosto que harán los taxistas más avispados y lo imposible que resultará encontrar mesa en restaurantes o sitio en la playa. Eso es lo que, salvando siempre excepciones, vivirán estos días los más afortunados, los que sí consiguieron entrar por alguno de los aeropuertos.
Para los que reservaron fechas en el calendario, pero se quedaron sin hotel, o les derivaron a otra zona de la isla, a otra isla o al Mediterráneo, cabreo inmenso, decepción y a borrarnos de sus preferencias futuras.
Es paradójico, pero un lleno total (de los de verdad, como estos días) se me antoja más un fracaso que un éxito. O, mejor aún, el camino más recto para morir de éxito. Demostrado queda, por ejemplo, que no hacen falta ni más aeropuertos, ni más vuelos, ni más promoción. Lo que de verdad evidencian los hechos de esta semana es que necesitamos más camas, muchas más, y probablemente lejos de la polémica política, más 1, 2 y 3 estrellas, aparte de más que justificadas inversiones de 4 , 5 y más allá.
Me temo que no aprenderemos la lección, ¿verdad?