Sencillamente, es eso: una historia verdadera; un retrato de las relaciones familiares en que el amor y el cariño están implícitos en cada acción, en cada decisión, en cada mirada. Pero también el cansancio y el desinterés tras años de resignación familiar.
Puede que para muchos espectadores el comienzo de esta historia haya resultado algo lento. Puede ser. Pero es verdad que esa lentitud impregna mayor sentido y descripción a todo lo que pasa mientras el filme va cogiendo un ritmo constante y sencillo. Es una cinta sutil, minimalista, rodada en un blanco y negro que le da una gran belleza visual.
Con estas premisas, Alexander Payne, director que cautivó a medio mundo con su estupenda Entre copas, recorre los sentimientos nunca expuestos en las conversaciones entre un padre y su hijo. El padre, maravillosamente interpretado por uno de los actores secundarios por excelencia de Hollywood, Bruce Dern (candidato al Oscar y ganador en el Festival de Cannes), es un señor de más de 70 años y con cierta demencia al que se le ha metido en la cabeza ir a cobrar un premio de un millón de dólares que, claramente, es un fraude. En esta peripecia, la del traslado a más de 1.000 kilómetros de distancia, decide acompañarlo su hijo menor (Will Forte, que aquí hace un papel entrañable y lleno de comprensión), en la que es, sin duda, la mayor muestra de amor que se puede hacer y que nadie de su entorno entiende por qué lo hace.
En esta road movie, los protagonistas, tras dejar atrás al resto de la familia, en la que destaca de forma irreprochable June Squibb (nominada a mejor actriz de reparto por este papel y que interpreta a una madre impertinente y desquiciada), se lanzan a la aventura para adentrarse en una localidad de Lincoln, en Nebraska, donde el padre vivió su infancia y juventud.
A través de la visión y los recuerdos de esos maravillosos secundarios, se va desgranando poco a poco la verdadera personalidad de este viejo hosco y huraño que desde su adolescencia decidió tener el alcohol como su mejor amigo y del que nunca más se separó. El personaje de su primera novia es realmente tierno y cautivador.
Pero no sólo describe a este personaje la cinta de Payne; también describe la realidad humana de un pueblo de los EE.UU. profundos, en el que se ven las distintas reacciones de los habitantes del pueblo (y de los familiares…, claro) al creer que el protagonista ha ganado un millón de dólares. Es un retrato hecho con cariño y sin sarcasmo, simplemente exponiendo los verdaderos sentimientos que oculta el ser humano.
La plasmación de la familia del protagonista, con sus hermanos, cinco o seis (perdí la cuenta…), todos sentados sin hablar y delante de la tele, haciendo preguntas cortas y recibiendo respuestas aún más escuetas (tras años sin verse, detalle importante), es desde uno de los momentos más auténticos de la película. Y esto por no hablar del final, porque, si todo lo dicho hasta ahora es más que suficiente para ir a ver este filme (candidato a seis Oscar), también tengo que añadir que cualquier final era posible. Desde tu butaca estás en alerta, impaciente y a la vez deseoso de saber cómo terminará esta historia verdadera que tanto recuerda a la película que rodó David Lynch a finales de los noventa con el mismo título de esta crítica: Una historia verdadera. Si no la han visto, se las recomiendo fervientemente. Ah, por cierto, del final sólo quiero decir que es lo mejorcito de la película.
Es posible que de sus seis nominaciones no se lleve ninguna. Ojalá me equivoque, porque este cine intimista e introspectivo no gusta mucho a los académicos de Hollywood, pero, por lo menos, ha estado ahí, marcando una gran diferencia con el resto de cintas. Esperemos que al menos June Squibb, el nombre más oído en las quinielas ganadoras, se alce con la famosa estatuilla.