
Jesús Marquina
Al parecer, no fui el único que disfrutó con los minutos que un canal nacional dedicó al que se ha convertido en todo un fenómeno mediático de la gastronomía de la pasta. El manchego Jesús Marquina, con restaurante en el pueblo de Tomelloso, en Ciudad Real, constituyó una de las sensaciones en el escenario de la planta de stands en la última edición de Madrid Fusión celebrada el pasado mes de enero.
Marquina –bautizado por sus colegas italianos como Marquinetti, por su virtuosismo como maestro pizzero. Es pentacampeón del mundo de esta elaboración icono transalpina y mundial y en el congreso internacional madrileño dio la campanada explicando todo un repertorio que dejó boquiabiertos –nunca mejor dicho- a propios y extraños.
Allí estuve y presencié cómo tronaba la ovación general cuando el denominado Quijote de la Masa detallaba las bonanzas de su pizza-pepito de ternera, que, por cierto, las primeras filas pudieron degustar.
Simpático y abierto a tomarse fotos con quien le pedía el favor, abordé a Jesús, para conversar con él un momento y, en un alarde de espontaneidad, sugerirle algo que me espoleaba la curiosidad de si se podía llevar a cabo.
El jefe de cocina, que también firma récords universales con las piezas más largas del mundo, además de que su hijo es bicampeón de acrobacia con la masa, me escuchó sonriente y tranquilo, entre el rebumbio general y las solicitudes de entrevistas, cuando ni corto ni perezoso le apremié para que estudiara la posibilidad de un ensayo muy especial.
Una vez conoció mi origen canario, le conminé para que experimentara con productos de las Islas. Así, le nombré, claro está, el almogrote y el caviar gomeros; nuestros quesos en general; costillas, papa y piña; el cochino negro; incluso la batata,…
Marquinetti, con ojillos pícaros – mientras proseguían las solicitudes de fotografiarse con el maestro pizzero-, se mostró entusiasmado y dispuesto a comprobar qué puede sacar de algunas de nuestras materias primas y elaboraciones que conforman nuestra identidad isleña. Todo un reto.
Con el pacto de llevarme a Tomelloso cuanto pueda para ver en qué quedan esos experimentos en la cocina del campeón pizzero –de los que les tendré puntualmente informados, faltaba más-, me queda la agradable sensación de imaginar qué prestaciones sápidas pueden resultar de nuestros géneros en manos de este talentoso cocinero capaz de general tal atención en el Palacio de los Congresos de la capital de España.
A la espera de cómo salen del horno esos prototipos canarios, bien valen unas garbanzas y una cuarta de vino en regla. ¿No les parece?