Siglo XXI. Nos ubicamos dentro de una gran multinacional. Una de las de verdad, de las de hoy en día, donde rige la primacía del presupuesto y el resultado final, frente al valor humano.
Compañía de esta era, que amparada por el látigo de la crisis financiera, barredor de expectativas, y además asistida por los fenomenales avances tecnológicos, trasladan en un segundo término cualquier cualificación profesional, sometiendo al trabajador, ahogado por su supervivencia personal, al imperio del fin por encima de los medios, del crecimiento y eficiencia eterna, al riguroso cumplimiento de inviables plazos y como tristes subordinados de la tan nombrada optimización: concepto para el que la persona, el individuo, no existe como tal.
En La punta del iceberg, del dramaturgo palmero Antonio Tabares, obra premiada con el Tirso de Molina 2011, el autor nos cuenta sobre la parte de la roca de hielo sumergida en el mar, acerca de las situaciones personales, las emociones, sobre todo aquello que la tiranía resultadista empresarial no hace aprecio, pero que insiste en aflorar como factor diferencial de las personas, del yo, frente a la tecnología.
Una serie de intentos de suicidios en una de sus sedes, hace saltar las alarmas en la central de la Compañía que envía a una de sus directivas, antigua trabajadora de dicha sucursal, a elaborar una investigación interna.
Contado desde de lo humano, Tabares nos lleva a un fascinante viaje, a la idas y venidas de la vida, desde el amor a la miseria humana, donde cada personaje tiene muy bien definidas las dos dimensiones: el individuo, como producto pasión nacido de las circunstancias y de las decisiones que tomamos, y el propio “yo como compañía”, donde nos comportamos como un ser ajeno, que defiende con uñas y dientes, esos niveles inviables de eficiencia y rendimiento, casi de explotación, por encima de cualquier convenio laboral y humano, llegando a justificar incluso que para ello, alguien llegue a la última de las decisiones: el suicidio.
En cartelera en la actualidad en el teatro La Abadía de Madrid, está dirigida Sergi Belbel, director artístico de Teatre Nacional de Catalunya.
Texto poderoso, con unos diálogos ágiles, precisos y contundentes, donde pasamos, como así se refleja en el dossier que nos entregan en la representación, de la comedia a la tragedia, al más puro estilo Shakespeare.
Protagonizada por un buen elenco de actores, donde si debo mentar un pero, sería que algunos de los papeles se presenta muy incrustado, con cierta carencia de sintonía y algo de discordante, por ejemplo en el tono de sus voces.
Maravilloso, original y dinámico espacio escénico de Max Glaenzel, a lo que se suma que al ser representada en la sala Juan de la Cruz, la principal del teatro, la escena esté justo debajo de la cúpula, lo que confiere un mayor carácter hipnótico en asombrosa conjunción texto-interpretación-escenario-Cúpula.
La punta del iceberg, anteriormente, también ha sido representada por la Compañía tinerfeña Delirium Teatro. Obra por la que fue galardonada con el Premio Réplica 2012.
De una obra artística, de una representación teatral, se pide que no acabe cuando baje el telón. De un texto, rogamos que continúe en nuestra mente, que nos haga reflexionar; La punta del iceberg, de Toni Tabares, sin duda alguna, lo consigue.
Ricardo Lorenzo Pintor
12 marzo, 2014 en 08:46
Ganas de ver esta obra. A ver si hay suerte y la podemos disfrutar en los escenarios de las islas en futuras fechas.
Weuy Ewr
12 marzo, 2014 en 10:54
Muy buena crónica! Enhorabuena!
Encarna
12 marzo, 2014 en 11:14
Análisis crítico brutal sobre esta obra que disfrute, senti, vivi, y me emocione, acercardonos a reflexionar, discutir, pensar y en cualquier caso desmontar los dispositivos simbólicos e institucionales en los cuales vivimos día a día.
Andrés G.N.
15 marzo, 2014 en 09:15
Importante reflexion, la de Toni Tabares como dramaturgo y la de Javier Dorta como privilegiado espectador. Necesitamos textos y propuestas contemporaneas en estas islas, que nos ayuden a reflexionar sobre lo que nos sucede. Dado que entre tanto costumbrismo, terminamos llenando los escenarios con claves de Ja.