Nos faltan otros diez años, sin quizá, para esclarecer los filamentos del 11-M y -quizá- otros diez para convenir la autoría intelectual que dimos en declarar desierta en el juicio de los atentados de la célula yihadista, y quién sabe si aun hagan falta otros diez años para reconsiderar la exculpación de las responsabilidades políticas y de la seguridad nacional en los sucesos que desencadenaron las bombas. Ese cronograma de los plazos de la resaca de la masacre (191 muertos y 1.858 heridos) de la que hoy [martes 11 de marzo de 2014] se cumple el décimo aniversario bajo el velo de la verdad a medias, pese a la comisión de investigación parlamentaria (que presidió un canario, el actual presidente de las islas, Paulino Rivero), esos treinta años como poco de pesquisas entre el limbo y los cabos sueltos, se los pulió entre pecho y espalda el golpe fallido del 23-F y aquí seguimos haciéndonos preguntas elementales para completar el puzle. Los episodios que la historia enmascara a su antojo desde el primer instante son luego materia oscura y, como tal, enigmática durante periodos largos, que parecen desafiar la paciencia y la curiosidad social y periodística.
El atentado a Prim en la calle del Turco en el siglo XIX es un buen ejemplo de versión traspapelada hasta la desfachatez, como el de Carrero cien años más tarde. El final de Kennedy, he ahí un turbio magnicidio con coro y añagazas hasta nuestros días. Puestos a dudar, los más activos conspiranoicos travesean con el suicidio de Hitler, la muerte de Elvis Presley y hasta el “pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad” de la llegada de Armstrong a la Luna.
Nadie sabe aún categóricamente cómo y por qué dejó de existir Marilyn Monroe, cuarenta y tantos años atrás. Así que nos quedan décadas en la antesala de la noticia del desentrañamiento de los entresijos del monstruo del 11-M. Y con un poco de suerte, el cerebro de los atentados de los trenes de Cercanías de Madrid obtendrá el mérito de figurar con nombre y apellidos en el panteón de los mayores asesinos de la historia. Sólo el ego, ese sórdido confidente de la historia, acaso permita conocer, finalmente, la identidad de la X en el laberinto del 11-M.