Siempre quedará un bocado de luz que llevarse a los sueños”
Delfín Yuste
Siempre me ha parecido maravilloso caminar por la ciudad cuando apenas comienza a brillar la luz del día. Verla despertar, cómo van apareciendo por las aceras personas que se apresuran para llegar a tiempo a esos lugares que desconocemos… observo e imagino cuáles serán sus destinos.
Desde hace ya algún tiempo, cuando el frío intenso de la mañana desaparece, unas pequeñas islas emergen cercanas a las esquinas, portales o paredes… unas islas desérticas a las que apenas hacemos caso, ya sean por las prisas o por la costumbre y es que hemos generado la capacidad de ver a las personas como mobiliario urbano.
Hace un par de días me quedé sin mi bocadillo mañanero, lo dejé en una de esas islas que pueblan Santa Cruz. Leo sus carteles de bienvenida y agacho la cabeza por vergüenza. “Necesito alimentar a mi familia” “Estoy en la calle por no tener trabajo” “Necesito ayuda para volver a la Península”
Me atrinchero en mi oficina e intento no salir a la calle salvo lo justo y necesario. Confieso ser una cobarde.
Ayer, de camino a un cliente, me rasqué el bolsillo un par de veces. Ya me acostumbre a llevar monedas tintineantes en el bolsillo, pero esta no es la solución.
Al volver, una chica me llamó la atención. Estaba sentada acariciando a dos perros satos, de esos que antes encontrábamos por los barrios de nuestra ciudad y hoy parecen extintos… ahora están enjaulados en perreras demoníacas a la espera de ejecución porque nos gustan más las razas que la propia compañía.
Volví sobre mis pasos y acaricié el perro que dormitaba sobre las piernas de su dueña. Ya solo me quedaban 50 céntimos y ganas de conversación, así que hablamos… Ella es Tina y vino con su marido desde Alemania. En principio llegó a la Península pensando que allí podrían vender la artesanía que producen, pero no fue así. Sus perros acompañan a la pareja desde entonces. Con una sonrisa radiante, cuenta como los cuidó cuando los encontró famélicos y desde entonces viajan con ellos buscando la tierra prometida. Hace seis días que llegaron a Tenerife desde La Palma y mientras encuentren una cueva donde construir los pilares de un hogar, pasan las noches bajo un puente de la ciudad.
Ella es Tina. Una mujer. Una sonrisa. Una protectora de la vida.
Me gustaría darle todo el valor que merece la vida de una sola mujer sacándola de los datos estadísticos y las cifras que amontonan desdichas. Simplemente, hablar de ella en un párrafo, de un texto, de una publicación cualquiera. Pero hablar de ella.
Nos despedimos con dos besos, el deseo de las mejores de las suertes y la promesa de pasarme por allí en otro momento…
Santa Cruz de Tenerife. Mi ciudad. Las calles que me han visto crecer. Los lugares que guardan mis secretos, mi vida. Esto es Santa Cruz, el lugar donde vivo.
Enrique Hernández
19 marzo, 2014 en 11:01
Excelente artículo que nos hace reflexionar, y darnos cuenta que estamos en un mundo de necesidades donde cada día hay más personas que necesitan de nuestra ayuda, si entre todos pusiéramos un granito de arena sería todo tan diferente. Hoy muchas personas viven en la calle por no tener un sitio donde vivir, un trabajo para poder comprar alimentos, triste realidad la que se esta viviendo..
“Ella es Tina. Una mujer. Una sonrisa. Una protectora de la vida.”
Tina una ciudadana más que esta desprotegida..