Rafa de Miguel

El valor de Suárez

Ahora que se cuentan sus últimas horas lloverán, como es habitual en este país, las loas, enaltecimientos y no pocas raciones de mala baba sobre Adolfo Suárez, figura clave en el tránsito de la dictadura a la democracia en España. Suárez podría ser también el paradigma del político ambicioso que acabó traicionado por los suyos de la manera más infame.

adolfo

Ahora que se cuentan sus últimas horas lloverán, como es habitual en este país, las loas, enaltecimientos y no pocas raciones de mala baba sobre Adolfo Suárez, figura clave en el tránsito de la dictadura a la democracia en España. Suárez podría ser también el paradigma del político ambicioso que acabó traicionado por los suyos de la manera más infame.

Cuando accedió en 1976 a la presidencia del gobierno, designado por el rey Juan Carlos, la mayoría de los españoles se preguntó quién era aquel tipo garboso que había desbancado a sus principales rivales – Manuel Fraga y  José María de Areilza- para dirigir un país sumido en la incertidumbre y tutelado por la administración franquista. Suárez, rodeado por un grupo de políticos que en muchos casos también provenían como él de las filas del anterior régimen, se encargó de desmontar durante los cinco años que estuvo en el poder las estructuras franquitas y encaminar a España por la senda  constitucional.

Ambicioso, seductor y con un arrojo personal indiscutible (fue uno de los pocos que no se tiró al suelo el 23F) Suárez, para llevar a cabo sus propósitos, montó un partido, la Unión de Centro Democrático (UCD), que le permitió vehiculizar las trasformaciones necesarias del tránsito a un sistema democrático, en cuyo seno se daban cita franquitas renegados, demócratas de nuevo cuño, arribistas, socialdemócratas y opositores al régimen con pedigrí.

Su acción de gobierno fue audaz, desde conseguir que las cortes franquitas se hicieran el harakiri, aprobar el Proyecto de Reforma Política, sacar adelante  la Constitución de 1978,  convocar  las primeras elecciones democráticas en 40 años y legalizar al Partido Comunista. Y todo ello con un país sumido en una crisis económica gravísima, con un terrorismo de ETA, GRAPO y extrema derecha haciendo estragos, mientras el nerviosismo en los cuarteles era más que evidente y el ruido de sables no era una frase hecha. La oposición política tampoco tuvo piedad: desde las filas del PSOE se le tildó como tahúr del Mississipí, en expresión de Alfonso Guerra, uno de los que besó el suelo del Congreso con más fruición tras la entrada de Tejero.

Montado sobre este potro indomable, Suárez acabó por dimitir, una vez que comprobó que hasta su principal valedor- el rey Juan Carlos- le dio la espalda, mientras las familias de su partido se desmembraban a la búsqueda de mejores refugios (Alianza Popular y PSOE). Atribuyen al ex ministro Pío Cabanillas Gayas, durante una de las últimas reuniones  de UCD, la frase: “agachaos que viene los nuestros”, ese era el ambiente dentro de la coalición electoral que fue la UCD.

Considerado un traidor por los franquistas, y despreciado por los partidos históricos, Suárez acabó solo y vilipendiado, pero su vocación política no se calmó y fundó el Centro Democrático y Social (CDS) con el que continuó  14 años en política, pero siendo una sombra de la influencia y poder que sostuvo en los primeros años de la Transición.

La vida tampoco fue muy generosa con el ex presidente, el cáncer abatió a su mujer y a una de sus hijas y el alzheimer acabó por enterrar la memoria Suárez, a quien muchos llorarán ahora con lágrimas de cocodrilo, mientras le negaron en vida cualquier reconocimiento.

 Para ahondar más en la figura del ex presidente resulta imprescindible la obra del periodista y escritor Gregorio Morán que fue el primer biógrafo de  Adolfo Suárez y publicó en 1979: “Suárez: historia de una ambición”. Años más tarde, retomó la figura del ex presidente en “Suárez: ambición y destino”.

También merece la pena el retrato novelado que hizo Manuel Vicent  en

 “El azar de la mujer rubia”.

 

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