Les cuento: hace un par de días volví a ver “Blade Runner, The director’s cut”, o sea la versión que Ridley Scott hubiese querido que fuera la buena, la última y personal; la obra maestra.
Confieso que quería volver a verla una vez más porque ya me había impresionado en 1983 y su recuerdo se había difuminado con el paso del tiempo. La vi en uno de los viejos cines de Las Palmas de Gran Canaria, ahora convertidos en oficinas, pisos y otros objetos de la especulación urbanística. Aquel había sido un fin de semana de escapada desde Fuerteventura donde estaba como maestro destinado en Tesejerague.