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Los decentes asesinos

Fotografía nº 1: … observe usted a la persona que está caída en mitad de la calle. Déjeme, se la acerco un poco para que la pueda ver mejor. Como verá, está de espalda a la cámara, en posición fetal, recogido el cuerpo en señal de defensa, excepto la cabeza que yace sin tensión, abatida contra el suelo. Sí, sí, efectivamente lo que usted señala es sangre. Ahora detengámonos en el aspecto… ¿Perdón? Sí, sí, tiene atadas las manos, lo que viene a decir que estaba a merced de sus atacantes. Me atrevería a conjeturar que lo han atado con cordeles de zapatos porque las ligas son muy finas, ¿verdad? Volviendo al aspecto… ¡Correcto!, es un adolescente. Diecisiete años por cumplir o recién cumplidos. Fíjese en la ropa que lleva. Es una suerte de uniforme, la seña de identidad con que visten estos chicos de barrios marginales: pantalones para hacer deporte, el pulóver con capucha, zapatillas que, a ver, sí, claramente pueden ser de marca, falsa o no, pero de marca, y mire, mire, aquí caída contra el bordillo de la acera, la gorra beisbolera que ya es DNI.

Fotografía nº 1: … observe usted a la persona que está caída en mitad de la calle. Déjeme, se la acerco un poco para que la pueda ver mejor. Como verá, está de espalda a la cámara, en posición fetal, recogido el cuerpo en señal de defensa, excepto la cabeza que yace sin tensión, abatida contra el suelo. Sí, sí, efectivamente lo que usted señala es sangre. Ahora detengámonos en el aspecto… ¿Perdón? Sí, sí, tiene atadas las manos, lo que viene a decir que estaba a merced de sus atacantes. Me atrevería a conjeturar que lo han atado con cordeles de zapatos porque las ligas son muy finas, ¿verdad? Volviendo al aspecto… ¡Correcto!, es un adolescente. Diecisiete años por cumplir o recién cumplidos. Fíjese en la ropa que lleva. Es una suerte de uniforme, la seña de identidad con que visten estos chicos de barrios marginales: pantalones para hacer deporte, el pulóver con capucha, zapatillas que, a ver, sí, claramente pueden ser de marca, falsa o no, pero de marca, y mire, mire, aquí caída contra el bordillo de la acera, la gorra beisbolera que ya es DNI.

¿Que si está muerto? Claro que está muerto. Aunque en el preciso momento de la fotografía bien podía estar agonizando. Ahora, morir, murió. Pero quiero mostrarle algo. Déjeme tener otra vez la escena completa. Mire a este joven de camiseta estampada con un motivo pop y a este otro y al hombretón grande, el de camisa a cuadros: por la posición del cuerpo, por el punto de apoyo en un solo pie y por la expresión, todavía le están dando patadas. Sin embargo, la foto revela algo más.

Vamos al grupo que hay al fondo, el de los mirones. ¿Ve a esas tres mujeres que parecen recién salidas de un supermercado? Si hiciéramos abstracción del resto de la composición y las separáramos completamente, la única deducción posible es que tienen delante de sus ojos un espectáculo que las alegra, las emociona o las divierte. La mayor, ¿cincuenta años?, parece haber abandonado en el piso la bolsa de la compra para aplaudir a gusto, que es lo que evidentemente hace; la otra, la del pelo metido en un pañuelo, anima con los brazos; la tercera, la que es muy menuda, ciertamente no está eufórica pero tampoco hay gesto ni expresión alguna que indique que está presenciando un asesinato. Ni piedad ni angustia. Se limita a ser una espectadora, eso, como usted dice, como si, ajena, lo estuviera viendo por televisión.

Fotografía nº 2: ¿ha visto usted una mirada que grite más que la de este chico? Porque grita. Grita aturdimiento, miedo, abandono, indefensión. Estará usted de acuerdo en que la foto es perfecta en su dramatismo. Al ser tomada por alguien de pie y el chico estar de rodillas, la cara llena el centro del encuadre y permite ver con toda nitidez los golpes recibidos. No hay en los pómulos, en las sienes, en la frente un solo lugar sin un golpe. Cardenales sobre cardenales, el arco ciliar derecho reventado, hemorragia nasal. Estas heridas parecen obedecer a la puntera de un zapato. ¿Me pregunta sobre la mano que se lleva al hombro? Pienso lo mismo que usted. Es muy probable que tenga una fractura pero en el horror ningún dolor puede ser atendido. Se está ante la muerte.

Fotografías nº 1 y 2: la primera es una recreación de un vídeo tomado durante el linchamiento de un chico en la ciudad de Rosario. ¿Quiénes lo matan a patadas? Un grupo de “vecinos”, inocente rótulo que parece exonerarlos de lo que no es otra cosa que un asesinato con alevosía y saña. La segunda es fiel a la realidad y pertenece a otro linchamiento por fortuna frustrado a pesar de las protestas de los energúmenos porque la policía se lo sacó de las manos. Bueno, de las patas. El caso sucede en Buenos Aires capital.

24 horas al día con el tema porque los casos se replican. “Caza y muerte al ladrón” parece ser la consigna. Casi todos los medios usan el término “debate” como si la barbarie pudiera ser puesta en discusión. A lo que agregan un justificativo: “La gente está harta de la inseguridad”. O culpan como de todo al Gobierno: “¡Es el resultado de un Estado ausente! Otro argumento absolutorio es el de la “justicia por mano propia” en tanto que lo jueces liberan una y otra vez a estos delincuentes: “Entran por una puerta y salen por la otra”.

En los dos casos, los chicos eran ladronzuelos de poca monta, de tirón y carrera. Sin armas. La definición post-histórica del fascismo, la que queda, se apretuja en dos palabras que se mascan como el hierro: “Solución final”. El nazismo se organizó para llevarla a cabo; el exterminador Ríos Mont, que sigue libre, llegó a la conclusión de que para acabar con el atraso de Guatemala había que acabar con la indiada que es sucia e ignorante. Para las dictaduras, capturar hasta el último es una obsesión y luego una patriótica ejecución.

Nada hay más peligroso que los “decentes” haciendo de justicieros. Sobre todo si están embozados en el cobarde anonimato de la patota.

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