Amanece y sacas lo peor de ti mientras intentas traducirte, como en un gesto de desesperación. No aceptas tu condición y tratas de huir de lo esencial. Justificar es solo la manera de dar cordura a esta insana situación. No lo comprendes y por eso la excusa es el mejor escondite. Tu intelecto no alcanza a entender las situaciones. El origen es incierto. El desarrollo fue una aventura con tintes de drama. Al final solo quedas tu postrado en el retrete. Ese lugar en el que solo habita la luz de la tenue bombilla y el goteo de la cisterna. Por ahí pasamos todos. Sientes el vacío que provoca la existencia.
Coges la chaqueta dispuesto a abandonar la casa. Salir a la calle se ha vuelto una tarea incómoda. Cada vez te cuesta más interactuar con el vecino, con el camarero o con el dependiente. No aceptas que cada uno vaya a lo suyo. Las miradas esquivas te resultan insultantes. Demasiada seriedad absurda. Saludas y tu brazo se queda ridículamente solo en el aire. Si no le importas a los que te rodean qué harán los dueños de la macroeconomía. Cada vez tienes más claro que eres un número, una cuenta corriente 0182 8737 34 1234339643, un DNI 42391812G, un código PIN 7384, una clave G1978america, un expediente 0057-PE-2013… ¿Cómo te llamas? Hasta tú mismo lo dudas. Sientes que no le interesas a nadie.
Vuelves al hogar y te diriges al balcón de tu ático. Se ha convertido en el mejor de los refugios, tu propia torre de Babel desde donde observar el mundo. Al fondo de la ciudad suena un saxo vacío; el resto ruido y gritos sordos. Ya nadie escucha, piensas mientras apuras el último cigarrillo de la mañana. Los alisios refrescan tu cara. Vuelves a sentir la caricia, tan lejana y tan cerca por un momento. El recuerdo se refleja en el horizonte. Aparece diáfano y nítido, como si lo pudieras alcanzar. Ya no esperas nada, pero lo quieres todo. Sientes que mil palabras se borran de un plumazo.
Preparas la comida. Sirves los alimentos con pausada parsimonia. Comes mientras despiezas el noticiero. Recoges los platos, el vaso y el mantel. Abres el grifo. Enjuagas el menaje de cocina con esmero. Colocas el lavavajillas y lo enciendes. Terminas de repasar la cocina y en lo que sale el café dejas todo en orden. Pasas el primer sopor de la tarde con pequeños sorbos amargos. Respiras pausadamente, como si nada más tuviera que suceder. Planificas el resto del día en intervalos de horas intentando alcanzar los objetivos. Sientes el agobio de no llegar a satisfacer tus deseos.
Te han vuelto a dar las tantas de la noche. La tarde salió de cualquier forma menos de la que planificaste. Sorpresas inesperadas. Sexo y risas gratuitas, presencias inauditas, descontrol y absurdo. Satisfecho y henchido te pavoneas. Hablas excitado y con pasión. Parece por un momento que eres lo que siempre quisiste. Sin embargo, en el silencio de la madrugada, todo se desinfla. Y sientes… No paras de hacerlo.