3.0 Opinion

La misma mano de abril

El miércoles, Día del Libro, Gabriel García Márquez acaparará toda la atención y a partir de ese momento corresponderá a sus editores rescatar las obras célebres de una de las voces más importantes en mil años de castellano. Con toda la antelación del mundo nos avisaron los acontecimientos de que García Márquez se iba a morir. Tenía cáncer -desde hacía 15 años-, como me confirmó en su día su amigo Manuel Elkin Patarroyo, otro colombiano célebre, y la enfermedad lo había minado gravemente, desaconsejando a su edad -87 años- una terapia de choque; pasó los últimas días bajo cuidados paliativos en su casa de la Ciudad de México, donde pocas semanas antes tuvo fuerzas para abrir la puerta y agradecer a sus amigos y admiradores que le cantaran las Mañanitas por el cumpleaños.

El miércoles, Día del Libro, Gabriel García Márquez acaparará toda la atención y a partir de ese momento corresponderá a sus editores rescatar las obras célebres de una de las voces más importantes en mil años de castellano. Con toda la antelación del mundo nos avisaron los acontecimientos de que García Márquez se iba a morir. Tenía cáncer -desde hacía 15 años-, como me confirmó en su día su amigo Manuel Elkin Patarroyo, otro colombiano célebre, y la enfermedad lo había minado gravemente, desaconsejando a su edad -87 años- una terapia de choque; pasó los últimas días bajo cuidados paliativos en su casa de la Ciudad de México, donde pocas semanas antes tuvo fuerzas para abrir la puerta y agradecer a sus amigos y admiradores que le cantaran las Mañanitas por el cumpleaños.

Yo no sabía que su muerte este Jueves Santo me iba a causar tanto daño. Pero confieso que lo he llorado como un familiar, y a mi madre, que se nos fue hace 15 meses, le di la noticia con el encargo de que le diera un abrazo de mi parte. “Suerte que lo vas a conocer”, me dije pensando en ella como si leyera un pasaje de Cien años de soledad, donde esas cosas de ultratumba sucedían de un modo natural. A Gabo se le quería mucho en muchos sitios a la vez. En las Islas nos congratulábamos cuando leíamos en su novela cumbre contar que, ante el exterminio de los pájaros, un personaje “había retrasado el viaje varios meses hasta encontrar un barco que hiciera escala en las Islas Afortunadas, y allí seleccionó las 25 parejas de canarios más finos para repoblar el cielo de Macondo”.

José Saramago y García Márquez, dos premios Nobel ya fallecidos. / redacción.lamula.pe

José Saramago y García Márquez, dos premios Nobel ya fallecidos. / redacción.lamula.pe

García Márquez, si no recuerdo mal, pasó un día por Canarias y lo entrevistó Luis León Barreto. Pero yo creo que no repitió la visita, para nuestro desconsuelo. Sin embargo, como quiera que se desdijo de su promesa de no pisar España mientras permaneciera en vigor la exigencia de visado (“¿Visa para ir a casa de mamá?”, dijo con reproche), volvió alguna vez, con cierta discreción. Recuerdo, como una leyenda urbana, el rumor de que el escritor andada de nuevo por aquí. Una vez, incluso, se me acercó alguien en un bar ofreciéndose a conseguirme una entrevista con el autor colombiano, en calidad de íntimo amigo, al que tenía de huésped en su casa. No tragué.

En La Habana, supe que estaba en el hotel y lo busqué por todas partes, sin éxito. Pasé por los sitios donde había sido visto, incluso me acerqué hasta la mesa donde acababa de comer con varias personas, que estaba a medio recoger, y me sentí como el fotógrafo de los rostros ausentes que captaba los lugares cuando el personaje ya se había ido. Sin embargo, García Márquez ha estado muy presente en mi vida a lo largo de más de 40 años a través de su obra, desde que supe de su existencia en la librería La Prensa de mi tío Paco Martínez del Rosario porque un día entró diciendo a voces José Arozena que acababa de tener un “orgasmo” leyendo a un tal García Márquez.

Con la familia, antes de alcanzar la gloria literaria. / elrincondecuartodiver.blogpost.com

Con la familia, antes de alcanzar la gloria literaria. / elrincondecuartodiver.blogpost.com

El escritor cubano Eliseo Alberto contó en mi presencia cuando halló al escritor en un caserón desierto escribiendo en medio del salón, solo, y le preguntó: “¿Sobre qué escribes?”. “Sobre el amor”, contestó el colombiano. “Ya hiciste El amor en tiempos del cólera. ¿Por qué no escribes de la muerte?”, le propuso sin que pareciera muy interesado en tocar el tema. Eliseo Alberto también ya está muerto, y ahora podrá recordarlo, “te lo dije”.

Mi amigo el historiador Julio Hernández y yo nos reuníamos los domingos en la cafetería del Quiosco Numancia para hablar monográficamente de García Márquez durante años. Julio recitaba de memoria los primeros párrafos de cada novela que fuera novedad. Y yo anotaba las citas que hacía el autor sobre Canarias. Cuando salió en 1989 una de sus últimas obras, El general en su laberinto, descubrí que García Márquez decía que Bolívar hablaba con “la cadencia y la dicción de las Islas Canarias”. Jugábamos a querer al mago del realismo con acertijos de esa naturaleza.

Por eso La mala hora en que supe de su muerte este Jueves Santo de noche en Santa Cruz (las 14.00 en México) sentí el duelo cercano como si no mediara todo el océano entre las dos orillas. En enero de 2013, estando en Perú, a la misma distancia, prácticamente, me alcanzó la noticia de la muerte de la mujer que me trajo al mundo, que llegué a creer inmortal. Ahora Dios tiene suerte que tiene quien le escriba. Carlos Fuentes nos decía que la gente, con frecuencia, los confundía a los tres: a él, a García Márquez y a Vargas Llosa. Los tres mosqueteros parecían inseparables, pero las vueltas de la vida enfrentaron a Gabo y Vargas Llosa, que llegaron a las manos y se dejaron de hablar.

García Márquez, con Vargas Llosa, en los años de estrecha amistad. / cubadebate.cu

García Márquez, con Vargas Llosa, en los años de estrecha amistad. / cubadebate.cu

Este jueves, el autor de La fiesta del chivo, de vacaciones en Ayacucho (Perú), honró, en memoria de la amistad truncada, al autor de Doce cuentos peregrinos, resaltando que ha muerto un gran escritor que prestigió la literatura. Muchos amigos comunes intentaron en vano reconciliarlos desde aquel puñetazo que le dio Vargas Llosa a García Márquez en México, al parecer por una diferencia sentimental, según me relató Elena Poniatowska, que estaba allí y se quedó consolando al autor de Crónica de una muerte anunciada.

Carlos Fuentes nos contaba las veces que intercedió, como un empeño personal. Todos los intentos se frustraban a última hora por algo. Una vez estuvo cerca de producirse el reencuentro. Vargas Llosa se encontraba con unos amigos a pocos metros de García Márquez tras años de distanciamiento y todo hacía presagiar que el contacto sería inevitable. Pero de nuevo algo lo impidió y ya no fue posible nunca (que se sepa). Lo que escriba Vargas Llosa ahora de García Márquez tiene un valor histórico.

Fidel lo adoraba, y en tiempos el escritor profesaba por Cuba y por el comandante una afinidad que parecía indisoluble. Gabo nunca consiguió digerir que Fidel no cediera a sus ruegos de clemencia antes de unos fusilamientos. Pese a todo lo cual, la estrecha amistad de ambos nunca quebró. Y Fidel, que vio su vida peligrar y abandonó el poder, sobrevive al escritor contra todo pronóstico.

Para conocer al hombre que inventó un territorio propio -Macondo- sobre los recuerdos de su pueblo natal -Aracataca- y acuñó títulos de novelas que se hicieron pronto latiguillos en boca de todo el mundo (El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba, Cuando era feliz e indocumentado…) hay que leer el libro conversatorio que le hizo su amigo Plinio Apuleyo Mendoza, El olor de la guayaba, donde narra el sobresalto por la lectura de Rulfo y la complicidad casi maternal de Mercedes Barcha, su mujer, que le ofrecía sentarse en los restaurantes con la vista libre por si entraba alguna mujer de buen ver.

Valdano popularizó una de esas punterías del lenguaje propias de García Márquez, el miedo escénico, y lo aplicó al fútbol y a la vida en un ensayo en la Revista de Occidente. Cuando el autor se enfrentaba este jueves al miedo escénico de la muerte, me acordé de su timidez. No le gustaba hablar en público, y la venció para recoger el Nobel con 55 años, vestido de liquiqui en homenaje a su abuelo materno, el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía (que le inspiró el personaje de Aureliano Buendía), al que la muerte lo apartó de su lado cuando tenía diez años y dicen que ya nunca fue feliz completamente en su ausencia.

Con la misma lógica empezamos a contar los años de soledad que nos esperan sin su compañía, arrebatada por la misma mano de abril que se llevó por estas fechas, siglos atrás, a Shakespeare y Cervantes, los otros dos grandes nombres de una misma terna.

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