3.0 Opinion

Odio

Nada hay más peligroso que la ignorancia, suelo decirme cuando transito los descampados de mis deducciones y me aboco de pronto a una de esas verdades que considero incuestionables y llego a pensar, precisamente por ignorante, que sólo a mí se me vienen a la cabeza. La última que me fatiga, para usar un término borgiano, es que he llegado a la conclusión de que el odio es a la derecha lo que el amor a la izquierda, políticamente hablando.

He navegado en Internet a ver si había alguna entrada de este “significante”, como dirían los filósofos, pero me encuentro más con los psiquiatras y con los criminalistas y hasta con los sociólogos, adhiriendo siempre el odio a una pulsión individual o al estentóreo comportamiento de la masa donde, por el contrario, el individuo se pierde y se despersonaliza condicionado por una multitud que no permite un alto para la reflexión ni para hacer conciencia sobre la responsabilidad del acto que acomete.

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Nada hay más peligroso que la ignorancia, suelo decirme cuando transito los descampados de mis deducciones y me aboco de pronto a una de esas verdades que considero incuestionables y llego a pensar, precisamente por ignorante, que sólo a mí se me vienen a la cabeza. La última que me fatiga, para usar un término borgiano, es que he llegado a la conclusión de que el odio es a la derecha lo que el amor a la izquierda, políticamente hablando.

He navegado en Internet a ver si había alguna entrada de este “significante”, como dirían los filósofos, pero me encuentro más con los psiquiatras y con los criminalistas y hasta con los sociólogos, adhiriendo siempre el odio a una pulsión individual o al estentóreo comportamiento de la masa donde, por el contrario, el individuo se pierde y se despersonaliza condicionado por una multitud que no permite un alto para la reflexión ni para hacer conciencia sobre la responsabilidad del acto que acomete.

Antes se me había ocurrido que la diferencia entre la derecha y la izquierda la determinaba su concepción del hombre. Para la derecha, el hombre es un ser “económico” en tanto su valor se tasa en fuerza de trabajo y capacidad de consumo, mientras que para la izquierda el hombre es un ser “social” y como tal un ser de derechos no necesariamente dependientes de su capacidad de producción ni de consumo. Sólo el hecho de estar vivo se los otorga. Claro ejemplo de estas dos visiones es la pobreza. Para la derecha es el resultado lógico de la primitiva ley del más fuerte, que ya no es de músculos y arrojo, sino de las fuerzas del mercado: siempre habrá débiles que se rezagan y quedan descolgados. Mala suerte. Para la izquierda es un problema de distribución no sólo de la riqueza sino de oportunidades.

No me desdigo de lo anterior. Simplemente que el foco de observación se traslada a otro escenario, lo que necesariamente genera otro punto de vista. Con la historia se puede hacer un buen refrito para apoyar esta tesis. La primera cruzada sería un ejemplo lindo. Pero con la más próxima podemos hacer pie para probarla. La derecha israelí ha hecho del odio contra el palestino su bandera. El día que un primer ministro, Isaac Rabin, tirado un poco a la izquierda quiso hacer la paz, simplemente lo mataron. Años atrás fue la derecha hitleriana la que le insufló al pueblo alemán tanto odio contra los judíos que gente, en general inteligente, encontró razonable exterminarlos. La contracara de esta moneda, es decir, la del amor, ha sido izada por la izquierda. La palabra amor, tan poco acorde con los usos de la política, vuelve una y otra vez a mencionarse en los discursos de los líderes progresistas de América Latina.

En contraposición a ellos, la Europa conservadora, que va de retro hacia sus tiempos más oscuros, remueve sus peores odios intestinos y comienza a eructar el apestoso tufillo de la xenofobia. Las recientes elecciones lepenianas en Francia ya avisan cuál es el enemigo. La misma ventosidad deja un  plebiscito en Suiza y alguna norma en Gran Bretaña se le parece. A Italia, a España y a otros tantos, Cárpatos abajo, se les hincha la ultraderecha de años flacos y los partidos neonazis disputan espacios que antes eran ocupados por partidos compuestos por humanos. Los europeos han encontrado el exorcismo a su crisis en los “no blancos” que mantienen limpias las calles de París o cosechan verduras en Extremadura o estiban barcos en sus puertos y no en la codicia feroz de los pulpos financieros. Qué lejos están estos nuevos odios de la civilizada Europa que construyó la amorosa izquierda socialdemócrata del también asesinado Olaf Palme y del antibelicista Willy Brandt.

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