Siempre tuve la convicción de que si hubiera tenido 10 centímetros más (en este caso de altura) y unos ojos de color verde, las cosas en la vida me hubieran ido de forma diferente y mis luchas juveniles por triunfar ligando, no hubieran sido tan frustrantes en pugna con mis amigos más altos y más guapos. Aunque ahora que lo pienso, si hubiera sido tan fácil no se me hubiera ocurrido leer, escribir y aprender, lo que he hecho y aun continúo haciendo.
En estos días leo desde mi horizonte continental, que el Parlamento Canario, aburrido de tantas labores profundas, solicita al Gobierno de la Cosa y de manera unánime una línea marítima entre el Puerto de la Cruz y la isla de La Palma, a la espera de que el Cacique mayor de la peñas ruede su gorra de beisbol hacia atrás y dictamine: ¡hágase! ¿Estamos locos o todo lo contrario?
Con el Puerto de la Cruz se ha cometido el error histórico de hacer creer a sus habitantes que sus males vienen de la cumbre como la neblina sobre el valle. Y así, al más puro estilo ranillero en cholas y calzón corto y el pecho lobo al aire, han esperado que se le restituya el esplendor que un día tuvieron, por el que nunca hicieron nada y que se fue sin que nunca supieran el por qué de una cosa y de la otra.
El Puerto de la Cruz fue un descubrimiento climático, paisajístico y residencial por parte de los ingleses, como casi todo en el archipiélago en el siglo XIX y hasta los años 30 del siglo XX. Fue una iniciativa privada y al margen de los escasos poderes públicos de la época, y que luego continuó la iniciativa privada isleña, con el apoyo de insignes patriotas como Don Isidoro Luz Carpenter. Tuvo que esperarse 100 años para descubrir la importancia de la Casa Amarilla y su repercusión mundial en la psicología comparativa y germen de la Gelstart. Llevo muchos años contando la realidad de este hecho a los que me quisieron escuchar bajo la desidia de autoridades, académicos y próceres del Puerto. Hoy el Puerto de la Cruz podría ser lugar de peregrinación desde todo el mundo para ver la pionera Estación Antropoide.
Cuando la compañía Fred Olsen decidió inaugurar la línea Los Cristianos- San Sebastián de la Gomera hace más de 40 años, no esperó la petición unánime de ningún organismo intervencionista público, corrió los riesgos que corresponde a una empresa mercantil y ganó. El Gobierno de la Cosa puede poner en marcha todas las líneas marítimas que se le antoje, y derrochar, una vez más, nuestros dineros, pero la viabilidad, rentabilidad y oportunidad de esta línea la establecerá el uso continuado y rentable por parte de los viajeros.
¿O terminaran subvencionando los viajes con dinero del contribuyente por razones de necesidad social?
Parece mentira que aun hayan isleños que no sepan explicar por qué las capitales de las islas y sus puertos refugios están en sotavento, porque en barlovento, sólo es cuestión de tiempo y oportunidad para que el mar se lleve lo construido. Garachico, Puerto de la Cruz, Tazacorte, etc. son caprichos oficiales que nunca un empresario gastaría un céntimo de su dinero pero que los políticos si son capaces, por unanimidad; porque no es su dinero, es el nuestro, una vez más.