Me ordenan
que adopte
posiciones forzadas,
inútiles,
molestas.*
Ni cordura ni mesura. Centrarme es algo que me cuesta, va en contra de mi naturaleza. Poner todo en orden sería como entrar en el redil, someterme y apostar siempre a caballo ganador. No serviría para andar con la correa puesta, fracasaría estrepitosamente desde el primer momento. Tiendo al caos, como el universo. Todo es maleable, dúctil. Los dogmas no son inamovibles, todo es discutible. No se puede encajar, limitar la vida matemáticamente. El rigor del yugo nos hace perder la esencia de lo que somos, impide ver más allá, no deja espacio a la expansión, a la creatividad. En el riesgo siempre he concebido que estaba el éxito.
Tenía por cabeza
un reloj
de iluminada esfera.
Y yo le daba vueltas,
y vueltas y más vueltas.*
Con la paradoja del tiempo a las espaldas camino siempre. Unas veces puntual, la mayor parte a destiempo. Relativos cinco minutos que se convierten en horas interminables. Asquerosas horas que se disuelven vaporosas en segundos. Nunca se dispensa el tiempo a gusto del consumidor. El pasado sacude y obsesiona, no da tregua. Atrapados por lo vivido permanecemos en el bucle de lo que ya fue. El presente es la gran mentira, no se puede vivir, no está ocurriendo porque ya pasó. He dejado de pensar en futuros, solo me dedico a soñarlos mientras duermo.
Me encontraba escribiendo,
a obscuras
y en un frío aposento.
Si entraba alguna claridad, tenía
que cerrarme los ojos
para poder hacerlo.*
Deshago lo aprendido para volver a empezar de nuevo. Vuelvo a la fuente desandando el camino que un día recorrí. En cada paso no siento que voy hacia atrás. Analizo el movimiento y disfruto de él. Tengo la necesidad de volver a captar la esencia, de nutrirme de lo más elemental, complico tanto las cosas… Urjo sentir las texturas más básicas, centrarme en ellas para recuperar el vacío que ha dejado el sistema. Un lavado de cara para volver a hacer lo mismo pero con un sentido renovado. Ser quien soy, sin serlo, para volverlo a ser.
Y yo, entre tanto, esperando
–inútilmente-
que alguien me sirviera
islas, mares
y estrellas.*
Tantas esperanzas rotas… Los constructores de imposibles no solemos tener suerte con los proyectos. O bien me falta la materia prima de la que nutrirme, o no encuentro cómplices, o me ahogo en mis propios miedos. Aún con eso continúo sentado a la mesa, como el invitado, esperando a que me sirvan algo a lo que poder agarrarme para seguir adelante. La mayoría de las veces desisto y me levanto, pero pronto encuentro la ilusión en otra idea. Es entonces cuando comienzo a construir otro imposible esperando a que se convierta en improbable y quién sabe si algún día, con suerte, logro que llegue a ser factible. ¿Te imaginas que llegue a ser verdad?
(*) Versos extraídos de El enigma del invitado, de Emeterio Gutiérrez Albelo.