Está muy de moda hoy en día hablar de distopía o antiutopía para, según la correspondiente página de la Wikipedia, referirse a una sociedad ficticia indeseable en sí misma. Y prosigue: “Esta sociedad distópica suele ser introducida mediante una novela, ensayo, cómic o cine”.
Divergente, por tanto, propone la incursión en una distopía. Estamos ante una película pasable que contiene unos cuantos lugares comunes que hacen que la película de ciencia ficción que se inicia con cierto fuste acabe en una aparente inanidad. De hecho, al finalizar el filme, la sensación que se tiene es que ha sido un entretenimiento, justito eso sí, y que desde luego no hay ningunas ganas de volverla a ver de nuevo.
La joven actriz Shailene Woodley, en el papel de Trish, destaca entre el resto del reparto, donde se concita algún que otro nombre de campanilla, como el de Ashley Judd o Kate Winslet. Woodley hace su trabajo de forma adecuada, pero a veces el guión, basado en el bestseller de la escritora Verónica Roth, avanza a trompicones por un escenario futurista que no es, ni más ni menos, que la ciudad de Chicago convertida en una improbable ciudad-estado desértica, rodeada por una valla que la separa del caos y del bandidaje. En el interior de esa ideal Arcadia futurista, una de las cinco facciones que la habitan se apresta a dar un golpe de Estado acabando con otra de las facciones, en concreto la que está en el poder. Al final prevalece la justicia en un final feliz, pero abierto, que preludia las siguientes partes de una trilogía.
Todo muy interesante a priori, sí, pero a la vez bastante previsible. Hay una serie de chicos vestidos de cuero negro y llenos de testosterona que son los auténticos protagonistas de la función en un filme que pretende ser una alternativa al ciclo de Los juegos del hambre. Quizá lo consiga con un pulso más firme en la dirección, en las secuelas que restan. El excesivo metraje de la cinta tampoco ayuda mucho a hacer la función más digerible. Sin duda, son muchos minutos para tratar de contar lo que, sin duda, podía haberse relatado cercenando media hora de un metraje que al final resulta tedioso.
Mientras tanto, lo dicho, una película para adolescentes que quieran descubrir los secretos de la vida y la atracción entre los semejantes, pero que de buen cine va muy escasa, realmente muy escasa. Ah, y eso sí, no se olviden del lema: “La facción antes que la sangre”. En fin, vivir para ver…