3.0 Opinion

El elector apócrifo

Hay un ejercicio de comprensión que nunca he culminado con éxito. Es sólo un juego intelectual, si así se le puede calificar. Consiste básicamente en una suplantación, algo muy propio del teatro. Todavía no tengo claras sus reglas y tampoco si se gana o se pierde. Podría, en teoría, ayudar tanto a solidificar las convicciones como a disolverlas. Porque en definitiva se trata de estar en desacuerdo con uno mismo.

El domingo pasado hubo dos elecciones de mi interés. Las del Parlamento Europeo y las presidenciales en Colombia. En los dos casos, la derecha, corrijo, la extrema derecha, se llevó la mayoría. Metido entre mantas -por estos cielos del sur los vientos glaciales han comenzado a traer por la noche un frío que te pela-, cerré mis ojitos y con la imaginación traté de meterme en la piel y en el traje de estos votantes tan próximos al fascismo o directamente neonazis. Como digo, tal es la esencia del juego.

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Hay un ejercicio de comprensión que nunca he culminado con éxito. Es sólo un juego intelectual, si así se le puede calificar. Consiste básicamente en una suplantación, algo muy propio del teatro. Todavía no tengo claras sus reglas y tampoco si se gana o se pierde. Podría, en teoría, ayudar tanto a solidificar las convicciones como a disolverlas. Porque en definitiva se trata de estar en desacuerdo con uno mismo.

El domingo pasado hubo dos elecciones de mi interés. Las del Parlamento Europeo y las presidenciales en Colombia. En los dos casos, la derecha, corrijo, la extrema derecha, se llevó la mayoría. Metido entre mantas -por estos cielos del sur los vientos glaciales han comenzado a traer por la noche un frío que te pela-, cerré mis ojitos y con la imaginación traté de meterme en la piel y en el traje de estos votantes tan próximos al fascismo o directamente neonazis. Como digo, tal es la esencia del juego.

Es una pena que no venga en caja y con instrucciones. De todas maneras basta con extender el tablero de los acontecimientos y empezar a mover las fichas. El primer movimiento, para que tenga gracia, es aceptar que tienen razón. Y con esa premisa, buscar las probables claves que se la otorgan. Marie Le Pen, la dama de cara dura, fue la que espontáneamente me vino a la memoria, de seguro por ser la máxima ganadora. La recordé explicando por qué había insultado a la ministra de Cultura de su país, que es de raza negra, proclamando que su lugar no estaba en un ministerio sino, como dijo textualmente, trepada en un árbol como los monos. En su descargo vino a decir que ella no era racista y que hasta tenía amigos negros y que se refería en exclusiva a esa sola persona. Atajando las náuseas, en el juego yo tenía que concederle la razón. Y sí, encontré que, como francesa, debe ser una afrenta que una súbdita de sus antiguas colonias venga y se comporte de igual a igual y que sea, por lo visto, más inteligente y culta que ella. Más intolerable aún que el mundo gire al revés y desembarquen los colonizados para colonizar la metrópoli. Así que tomé la cartulina que decía “voto” y voté con la convicción de que Le Pen, la muy mona, va a repoblar de árboles lo que ellos devastaron en África, el Pacífico Sur y Guyanas. Cada quien en su rama y el Dios blanco en la de todos.

Quiso la suerte que al tirar los dados imaginarios, saltaran a la casilla del PP. “Tome una carta de Personajes. Sígala y guárdela por si tiene que salir de la cárcel”, rezaba la cartulina. La descripción del personaje no se condecía con la idea que tengo del español medio pero, repito, el juego consiste en llevarse la contraria. “Tu personaje eructa ajo, tiene caspa, vive cabreado, es católico y añora a Franco”. “¡Cañete!”, exclamé y pensé: “Éste quiere que España vuelva a ser una parroquia”. Bueno, si estas son las reglas, hay que votar al PP. ¿Por la salud? Mejor estábamos contra Franco que no la privatizó. ¿Por la vivienda? No, Franco hizo unas cuantas y no echó, que se sepa, miles de familias a la calle. ¿Por la educación? Podría ser. Otra vez religión y crucifijo en las aulas. Por… ¡Viva España! Ahí me quedé dudando. No, Rajoy gobierna contra los españoles. En tal caso sería, ¡viva Alemania! o ¡viva el Gran Capital! Finalmente encontré una muy buena causa. El PP está solucionando el problema del paro. Como en los viejos tiempos de peineta y pandereta, voto porque los parados se vayan a hacer puñetas al extranjero.

Me quedaba tirar y mover la ficha que me llevara a Colombia. Ahí el juego se volvía de alto riesgo y para estar a la altura de las circunstancias, hice trampa. Había que votar por uno muy, muy, muy, muy asesino, o por otro muy, muy, muy asesino. Un “muy” menos. Sin que nadie se diera cuenta, levanté con disimulo para ver si tomaba o no la carta del Personaje. Era un charco de sangre. El juego se volvió tragedia.

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