Siguiendo con la costumbre de ver cine europeo, esta semana fui a por Nueva vida en Nueva York, traducción que no tiene nada que ver con el original, Casse-tete chinois. Esta expresión puede significar algo así como “rompecabezas chino”. Se trata de la tercera entrega de la trilogía del director Cédric Klapisch, que comenzó en 2002 con Una casa de locos y siguió en 2005 con Las muñecas rusas, las tres con el mismo trío protagonista y con guiones del propio Klapisch.
Debo decir que no he visto las dos películas anteriores y puede que eso haya influido en mi opinión sobre este largometraje, que no me ha convencido lo más mínimo. La verdad es que se deja ver. Siempre resulta interesante conocer las peripecias de cualquier extranjero que se quiere ir a vivir a Estados Unidos, y más si es a Nueva York. El idioma, el permiso de trabajo, las bodas arregladas, las grandes distancias, las culturas… Todo esto siempre es enriquecedor. Y más si, como yo, se tiene la suerte de verla en versión original, para poder oír a lo largo de toda la peli hablar constantemente en inglés y francés de forma indistinta por parte de los protagonistas y también en otros idiomas, como el español o el chino. Sí, sí, Audrey Tautou se larga un monólogo en chino digno de mención.
El protagonista de la película, Romain Duris, actor francés conocido en España por su película Los seductores, se tiene que mudar a Nueva York porque su exmujer inglesa decide emprender una nueva vida allí con sus hijos. A todo esto, una muy buena amiga lesbiana de Xavier (Duris) le pide que sea el padre de su hijo, pero no para ejercer como tal, ya que ella tiene pareja y también se va a vivir a Nueva York. Todos ellos se vuelven a reunir en la Gran Manzana, donde se suma una expareja de Xavier (la actriz Tautou) que acude por trabajo. Como puede verse, tela para cortar hay un rato largo.
Lo que falla a la peli es la forma de narración, sobre todo al principio, cuando se mezcla la narración del protagonista con sus visiones. Es decir, se imagina hablando con filósofos como Hegel y Schopenhauer, a los que ves sentados junto a él en el sofá de su casa, situación, desde mi punto de vista, poco acertada. Por suerte, este recurso se va diluyendo según avanzan la cinta.
Además, hay que señalar el ir y venir en la narración. La primera escena, por ejemplo, es de una situación que ocurre a mitad de la peli y, a partir de ahí, se construye un ir y venir del pasado al presente sin demasiado sentido y cansino para el espectador.
Tengo entendido que en Francia esta trilogía ha tenido mucho éxito, pero comprendo que aquí haya pasado sin pena ni gloria, pues la verdad es que su forma narrativa no la hace atractiva. Y es una pena, porque los personajes te caen bien, te sientes identificado con ellos y quieres que les salga todo fantástico (o no, claro, según el caso). Quieres que haya un desenlace feliz, pero, aunque se consigue, eso no hace que las casi dos horas de película hayan merecido la pena.
En esta ocasión, no la puedo recomendar ni para peli de sofá un domingo por la tarde. Aunque si la pueden ver en versión original…, todavía mantiene un cierto encanto.