
D. Juan Carlos se ha despedido hoy en algo menos de seis minutos. Con expresión bien controlada, apenas se ha atisbado un reflejo de emoción al comienzo de su breve discurso: un casi imperceptible temblor de su voz cuando pronunciaba, precisamente, las palabras “con emoción”. Los ligeros cambios en la posición y movimientos de sus manos también han reflejado la contención –histórica y debida- construyendo una imagen tranquila pero sólida, que ha contrarrestado la enorme carga emocional de fondo. ¿Somos capaces siquiera de imaginar el tomar una decisión de esta trascendencia?
Pero la emoción no desapareció: las manos del monarca se movieron hacia el corazón cuando habló de su entrega a la nación y, hacia afuera, en gesto comedido de apertura, cuando se refería a sus terceros cercanos: los españoles, el príncipe, la reina…Todo muy medido, nobleza obliga.
El rey ha ejecutado una perfecta lectura del teleprompter, con profesionalidad demostrada. Así que parece también conveniente echar un vistazo, sólo uno rápido, al contenido de su discurso. No nos ha privado de su proverbial palabra, fuente de chascarrillos pero no exenta de sinceridad: el término “orgullo” fue citado en un par de ocasiones. Eso sí, esta vez sin su pareja la satisfacción. Porque, sencillamente, no era el momento.
¿Que qué más? El rey nos ha dicho que ha esperado a estar en plena forma, física e institucional -equivalente en esta situación a mental… pero esto no habría sido elegante-, aunque la decisión fuera tomada hace cinco meses. Es decir, como era de esperar, no ha sido ésta una acción fruto de un arrebato pasajero. Nos ha dicho que somos UNA gran nación. Una, no dos ni tres. Nos ha dicho que una nueva generación reclama el principal protagonismo para acometer transformaciones y reformas. Nos ha dicho que esta nueva generación combina ya experiencia y juventud.
En resumen, nos ha lanzado estos mensajes: meditada, una nación, transformaciones, reformas, juventud, experiencia. Nos ha dicho que este es su último servicio a los españoles. Que oiga quien quiera oír. Según D. Juan Carlos I, dad la bienvenida a Felipe VI y con él, a la España del siglo XXI.
irene
3 junio, 2014 en 18:34
sieis minutos después de cuatro décadas; obviamente no podía sino tener una intervención controlada, como “adiós definitivo” nos podía haber deleitado con una dicción aceptable y unas microexpresiones menos estudiadas; el que no ha aprendido, tiempo ha tenido