Un compañero que ha venido a reparar algún problema gotoso de la casa me ha traído un par de ejemplares del periódico que publica su partido. Su partido es, probablemente, el referente de la izquierda más vehemente de Argentina. Su doctrina se afinca y no se suelta de la mano de ese buen intelectual e internacionalista que fue el perseguido y alcanzado Trosky.
No voy a decir que disiento de todas sus causas, algunas más justas que otras. Puedo muy bien reconocer que tienen razón, especialmente en las más próximas e inmediatas. Vayan como ejemplo la situación de un hospital o la protesta porque en una provincia se criminaliza a unos trabajadores, presos y sin juicio por un reclamo laboral.
Los que no me encajan son sus postulados, iterativos en la publicación. Me devuelven a los años sesenta y setenta en que había que seguir sin descarrilamientos las líneas ideológicas de Marx o Mao o el propio Trosky y fuera de las cuales no había salvación. O el mundo se ajustaba a ellas o no había más que discutir. Este partido que se llama a sí mismo Obrero tiene al menos en su denominación algo de cierto, a diferencia del PSOE, al que le están sobrando dos letras de su sigla. No soy nada ni nadie para hacer fáciles juicios desde mi cómodo sillón pero me parece que sus porfiados militantes están jugando un partido que ya pasó.
Lo primero que se puede poner en cuestión es si existe ese obrero tal como lo concibieron esos viejos pensadores para los siglos XIX y XX y para una realidad europea. Tengo la impresión de que ese proletariado ha sido metido en la mezcladora de la homogeneización con que nos tritura la sociedad del consumo aunque el salario no alcance para ello. Como toda generalización lleva incardinado el error, esta afirmación no vale para todos pero tendríamos que preguntarnos hasta dónde se ha difuminado la conciencia y la pertenencia de clase. En otras palabras, ¿tiene vigencia la lucha de clases o estamos en otro paseo?
En esta América Latina, que puja a brazo partido por su segunda independencia, esta visión ortodoxa de la izquierda, doctrinaria y de consigna, se aproxima peligrosamente a la derecha o, hechas las cuentas, le es útil y funcional. La cosa se puede trasladar a los principios elementales de la física: si a las fuerzas de los que empujan para derribar un objetivo se les suman las fuerzas que, desde el otro extremo, tiran en la misma dirección y contra ese mismo objetivo, no tenemos dos fuerzas antagónicas sino complementarias. Desarrollando esta idea tenemos a las fuerzas del gran capital, es decir, de las corporaciones y del poder concentrado local, embistiendo sin pausa y sin clemencia contra los gobiernos progresistas que son también combatidos por la izquierda fundamentalista. Para los primeros son gobiernos “comunistas” y para los segundos “lacayos capitalistas”. Los primeros atacan con corridas cambiarias y maniobras de mercado como el desabastecimiento, y los segundos, con paros, huelgas y protestas.
Da la impresión de que estos compañeros y camaradas que claman por cambios con los que se podría estar de acuerdo (la tierra para quien la trabaja, por ejemplo) tienen la mirada puesta en un horizonte a todas luces inalcanzable en términos reales y, en este empeño, pierden de vista que por primera vez en nuestra historia han surgido líderes de las entrañas de ese pueblo que les llena la boca, pueblo que también los ha llevado al poder. Hace un par de décadas era imposible imaginar que un obrero raso como Lula o un indígena como Evo Morales, o que alguien de un origen tan humilde como Chávez o que un conductor de autobuses como Maduro, se convirtieran en presidentes y que además estén haciendo o hayan hecho gobiernos ciertamente sobresalientes y acometido cambios a los que les cabe la palabra “históricos” en toda su extensión.
En esta misma saca entran con holgura provincianos de la clase media, como los Kichner y el campechano exguerrillero Pepe Mujica. Y dejo aparte a Rafael Correa únicamente para señalar que ha acertado de pleno con el concepto que encierra la definición del paradigma para los nuevos tiempos: no, no se trata de la excluyente y combativa lucha de clases sino del buen vivir, concepto que nos incluye a todos. Y que es también el eje gravitacional del Socialismo del siglo XXI que nos legara Chávez.