Con ese titular terminaré este breve artículo. Esta vez fueron 25 minutos; una minucia comparada con lo que tiene a sus espaldas y con el porvenir que asume. El rey Felipe VI hizo un compendio elegante, agradecido y esperanzador. Estaba algo agitado los segundos previos a su comienzo, lo que pudo observarse en un instante robado de agitar de pies, cuando aún estaba sentado. Luego, calma y contención. Ritmo pausado, miradas al auditorio, algunos énfasis remarcados, una sola sonrisa… y un “¿qué tal?” final a su mujer, que le respondió “bien”.
Como siempre ocurre en los casos de discursos de trascendencia histórica, el cómo sucumbe ante el qué. Pero no renunciemos al primero, porque sustancia determinadas partes relevantes del segundo.Tres minutos antes del comienzo de su intervención, el rey juró su cargo, es decir, puso a Dios por testigo de su compromiso, que es lo que lo diferencia de la promesa, basada en el fiel ejercicio de la mera voluntad de quien lo afirma. Aunque lo parezca, este hecho no es baladí, porque es sutil en las formas, pero establece una gran diferencia y revela una creencia profunda del que lo pronuncia.
En cuanto a las formas, don Felipe ejecutó su discurso de una manera que calificaría como natural -gran elogio, por cierto-. Trastabilló (oralmente) en algunas ocasiones, a veces por culpa de la aliteración en ciertas frases, pero esto, más que estorbar, contribuyó a la sensación de cercanía que expresamente se comprometió a ejercer. Estos leves tropiezos los corrigió con fluidez (por ejemplo, al nombrar a su padre, comenzó a decir su m… pero rectificó y dijo, sencillamente, el rey…).
Mantuvo, como era de esperar, una cadencia minuciosamente calculada para garantizar el calado de sus intenciones. La estructura del discurso intercaló pasado con presente y con futuro, concatenó agradecimientos con voluntad, llamó a la acción y pidió comprensión, expresó su compromiso y pidió el de los demás, dedicó dos minutos a la visión internacional y muchos más minutos a la realidad nacional… En definitiva, mantuvo y fabricó contrates y, con ello, mantuvo la atención (ya de por sí garantizada por la expectación del momento).
Pero hubo algunos momentos que me cautivaron especialmente por las formas empleadas. La única sonrisa explícita la mostró cuando dijo que se dirigía desde allí no sólo a sus señorías… sino a todos los españoles. ¿Por qué sonrió justo y sólo en ese momento? Me pareció una llamada de atención expresa a los presentes para que pusieran los pies en el suelo, que no se sintieran los únicos destinatarios del mensaje. Pero esto es sólo mi parecer…
Especial énfasis hizo el nuevo rey, muy destacado sobre las otras formas empleadas en su discurso, cuando dijo que debía ser el “cauce para la cohesión entre los españoles”. Fue rotundo, y voluntario o no, vino a redondear las reiteradas peticiones a la unidad nacional que ejercitó de variadas, numerosas y elegantes maneras: “Igualdad de los españoles”; “España unida y diversa donde cabemos todos”; “respeto a la ley”; “sentimientos para unir, no para enfrentar”; “acuerdos de las distintas facciones por el bien común”; “todas las formas de sentirse español”; “todas las lenguas del Estado”; “reconciliación de los españoles”; “una nación no es sólo historia, sino futuro”; “unidad no es uniformidad”; “tenemos un gran país, somos una gran nación”; “vocación integradora…”. Hubo gente en el hemiciclo que, a causa de esto, le aplaudió poco. Y eso que se despidió en los cuatro idiomas -aunque en el euskera se trabara un pelín…
Felipe VI también aprovechó la ocasión para remarcar las diferencias estructurales y coyunturales con su progenitor y antecesor. Él es el primer rey proclamado como tal dentro de la Constitución: “Hoy comienza el reinado de un rey constitucional”. Hizo especial hincapié en el papel aséptico de la monarquía, desprovista de color político, lo que le confiere una gran ventaja -… digamos sobre la forma de Estado basada en la república, por ejemplo…- para dar estabilidad al sistema. Sutil, pero potente. O eso me pareció.
Y futuro: el rey habló mucho de futuro con palabras de futuro: tecnología, innovación, medio ambiente, cultura, educación, investigación, paz, cambio de mentalidad, mujer… -tanto, que su sucesora es una mujer, rompiendo así con el devenir de siglos-. Don Felipe ofreció coherencia entre su discurso y su comportamiento. Ofreció conducta ejemplar más allá de su obligación constitucional como garantía y alcance de su trabajo. Ofreció este mensaje subliminal: restaurar la deteriorada imagen, tanto de la casa real como de la casta política. O eso me pareció.
¡Cuántas cosas se pueden decir en 25 minutos! Incluso un titular de prensa: “Una monarquía renovada para un tiempo nuevo”. Ahí queda eso.