-De acuerdo. Es un monólogo en tanto que la persona habla consigo misma. Podría decirse que también es un soliloquio.
-Son sinónimos. O un solipsismo.
-Ahí ya hay un toque de mayor introspección. Lo que sí estoy en condiciones de afirmar es que se trata de un diálogo.
-¿Estás loco? Un diálogo necesita de dos.
-De dos voces, no de dos personas. Sobre lo que estamos hablando hay, ciertamente, un único sujeto, que soy yo, pero hay dos opiniones encontradas. Contrastarlas ya es un diálogo.
-Parece ser que hoy cualquier cosa puede llamarse diálogo. ¿Recuerdas la revista de decoración que estuvimos hojeando anoche? “La robusta mesa de pino dialoga con unas livianas sillas de hierro pintado”. Pero vale. Acepto lo del diálogo para no hacer de la conversación infinitos senderos que se bifurcan. Nos disgregamos. Te propongo volver al asunto de la música clásica. Bastante torticero de tu parte. Hace evidente ese sabio dicho de que la ignorancia es atrevida.
-Me das pie de entrada. Nos han metido en la cabezota esa calificación selectiva de “música culta”, lo que viene a significar que no es apta para ignorantes o, peor aún, que los ignorantes no somos aptos para esa música. Concepción equivocada. Todo arte es una expresión en busca de una percepción, quizá de una emoción, y no de una comprensión. De lo contrario quedaría reducido a una elite de expertos y estudiosos. Sólo para entendidos. Y eso pasa con la música clásica. No es de audición sino de erudición. Si no distingues al compositor ni sabes el título ni distingues entre un movimiento y otro, estás perdido. ¡Como ignorante no tienes derecho de gozo!
-Discrepo. Cualquiera puede disfrutar del Bolero de Ravel. Diferente es la ópera. Si no conoces el libro no entiendes qué sucede en el escenario.
-Entonces tendría que hacerse lo que se hizo con el latín de las misas: su versión a la lengua vernácula. Pero sobre la ópera tengo esa idea que te molesta y por eso dices que mi ignorancia es atrevida.
-Si te refieres a las sopranos, te agradecería no repetirla.
-Prejuicios de la cultura dominante.
-Huyuyuy, ya te veo el pelo.
-¿Qué es lo contrario a la armonía?
-¿La estridencia?
-Esos altos y contraltos son estridentes, qué le vamos hacer. Hieren el oído. Y lo mismo digo de los tenores. Parece que su gracia está en subir hasta romper los humanos límites del Do de pecho. La gente aplaude ese exabrupto. Nadie aplaude el pasaje dulce y melodioso. La música es un vuelo suave, no una tempestad. Y un grito es un grito por muy afinado que esté. Las cosas más bellas se dicen con un susurro y no desgañitándose.
-Mi problema es no poder taparme los oídos. Ya estoy oyendo el resto de tu teoría.
-Así como te pregunto qué es lo contrario de la armonía, también te pregunto qué es lo contrario de la música clásica.
-La popular, no hay otra respuesta. Pero cada día más gente accede a la clásica.
-¡Accede! ¿Podrías decir lo mismo de la popular? ¡Cada día más gente accede a la música popular! No, nadie presume de comprarse un relojito made in China pero sí cuando accede a un Rolex. Han convertido a la música clásica en parte del lujo y de la ostentación. En otra exclusividad de clase.
-¡Por favor! No comiences a meterle…
-¿No? La han envuelto en un ruidoso ropaje artificioso de glamour, de fasto, de oropel. Qué regios teatros, qué público tan elegante, qué abrigos de visón, qué cortinajes, que palcos tan principescos, qué lámparas de bacará, qué acomodadores de librea.
-Siempre te queda la opción del CD.
-Créeme que es lo más sensato. De paso te evitas soportar el espectáculo de directores e intérpretes. ¿Crees que los directores no se estampan a propósito esa figura de genios desmelenados? ¿Has visto a los pianistas que, a punto de irse de espalda, balbucean no sé qué cuando son piezas sin letra? ¿Y qué me dices de esos violinistas que están a punto de dar el vuelco o de los concertistas que aprietan el ceño de la inspiración hasta el estreñimiento?
-Basta, basta. Digamos que está bien por hoy. Si no me tienes hasta la madrugada. Ya te veo pasar de la música a la afición de los trepas y nuevos ricos por la alta gastronomía y los clubes de vinos… Mejor te tomas la pastillita para la tensión y te duermes tranquilito. Sin darte cuenta ya tienes tu articulillo, eso sí bastante más silbo que orquesta.