
See Emily play, de Emiliy Rising.
Se había sentado. Pensó que ya no podía más. Tenía mucho calor. Apenas podía respirar. Estaba sedienta y su estómago tenía un nudo hecho de dolor y hambre. Gotas de sudor en el canalillo y su melena caía mojada sobre sus hombros casi esqueléticos. No aguantó y dejó caer las rodillas en la tierra. Detrás de ellas fue su cuerpo entero, casi a plomo. Se había rendido y allí pensó morir. No se había imaginado así su final pero se dejó vencer. Le pudo más la mente que el cuerpo y eso había sido su condena.
Allí tirada, lamentándose por la situación, esperaba que alguien pasara, que alguien la viese y ayudase a levantar, o mejor aún, que la cogiesen en brazos y la llevasen a un lugar seguro. Pero por allí pasaba muy poca gente, y los que lo hacían simplemente la miraban lamentando su suerte y continuaban su camino.
Llevaba ya días andando sin parar, o quizás meses, y apenas había sentido el cansancio en sus huesos hasta ese momento. Iba llena de ilusiones, porque qué coño, quién dijo que de ilusiones no se puede vivir. Al fin y al cabo, es la ilusión lo que te hace continuar. Seguir adelante. Hacía lo que su corazón le dictaba, se dejaba llevar por la intuición y la improvisación. Y esa mezcla de locura y sinrazón la habían llevado a ese hermoso camino. Ese que ahora le estaba traicionando.
Tumbada y dolorida, sintiendo la tregua de las lágrimas mojando sus labios secos y cuarteados, comenzó a recordar la fuerza que la llevó a emprender aquel viaje. Se sintió orgullosa. Sonrió mientras a lo lejos veía el amanecer de un nuevo día. Cerró los ojos, se puso en pie.
jose antonio
27 julio, 2014 en 22:31
Magnífico, Nieves.