Sex Tape es una película fallida de principio a fin, con algún que otro ramalazo de genialidad por parte de Rob Lowe, que tiene una secuencia bastante ingeniosa en la que aparece en su casa en un ocurrente y algo disparatado vis a vis con Cameron Diaz. En esta secuencia prácticamente se adueña de la pantalla; por supuesto (aunque esto sea una debilidad de quien escribe), hasta que aproximadamente diez minutos antes del final aparece el genial Jack Black en una sola secuencia y se adueña por completo de la película y entonces se queda uno pensando por qué no ha aparecido antes este actor, magistralmente dotado para la comedia, en los ochenta minutos de este bodrio de película.
El filme narra deslavazadamente, sin pulso firme, con un guión planteado mediocremente y que avanza a trompicones, la historia de un matrimonio acosado por la rutina (por cierto, muy común a cualquier matrimonio con hijos en cualquier parte del globo desde Luxemburgo hasta Nueva Zelanda) que pretende dar un nuevo impulso a su relación sexual de pareja confeccionando un vídeo porno casero.
En principio, la idea no es mala. Pero la plasmación práctica de ella deja mucho que desear. Y es que el libreto de la película no da para más. Deja muchos cabos sueltos, como la sugerente presencia de un Rob Lowe, magistral en su papel de tycoon cocainómano. Por cierto, la presencia de Lowe y de su empresa de juguetes infantiles hubiera sido una excelente idea, en mi opinión, de habérsele dado más cancha y cuerpo en la película.
Como comentamos antes, la secuencia de la escena en su casa es de lo más hilarante del filme, pero después se diluye como un azucarillo y no vuelve a retomarse.
Cierto es que la señora Diaz nos depara alguna que otra grata sorpresa, pero no acertamos a ver por ningún lado la presumible química que, en teoría, debería existir con Jason Segel, su compañero de reparto. Es una química que a nosotros se nos antoja inexistente…
Y en esto llegó el gran Jack Black, en un descacharrante papel de propietario de una web de contenidos porno y, entonces sí, la película se eleva muchos grados por encima de la sosería, el aburrimiento y la inanidad reinantes. Black es un dotadísimo histrión, un tipo que domina el arte de hacer reír solo con su presencia y su gestualidad. Es un actor magnífico y muy poco reconocido que, una vez más, vuelve a dar muestra de su profesionalidad en los escasos diez minutos en los que aparece en el metraje de este despropósito llamado película.
Siempre es recomendable ir al cine, por supuesto que sí, y esperamos como agua de mayo, por ejemplo, el estreno en septiembre de El hombre más buscado de Anton Corbijn, para ver en acción a Philip Seymour Hofmann en su último trabajo, en la adaptación de la novela del gran John Le Carré. Por cierto, que ojalá fuera la mitad de buena que la versión de El Topo de Alfredsson, de la que hablamos aquí hace unos meses.
Para eso sí que puede valer la pena enfrentarse a la gran pantalla en la sala oscura, pero, desde luego, no para ver a Diaz y a Segel en Sex Tape. Ahórrensela. Aunque hay que reconocer que el filme tiene un punto cínico e hipócrita que se agradece.