Hace 23 años que visité el Hospital de San José, en Monrovia, la capital de Liberia. Lo visité en plena Guerra Civil, cuando era el único hospital que, a duras penas, se mantenía en funcionamiento en todo el país, a pesar de los bombardeos y pillaje a que era sometido. Aquel era un lugar donde se respiraba mucho sufrimiento, pero también era el lugar donde cada hora, un nuevo liberiano venía al mundo, al menos con la esperanza de haber sido atendidos en su nacimiento. Creado y sostenido por los Hermanos de San Juan de Dios, en aquella época más de una veintena de su personal eran españoles de esa orden. Recuerdo vivamente el compromiso de todos ellos con la suerte de los habitantes del país al que de manera anónima y abnegada se habían entregado en cuerpo y alma. Cuando los Gobiernos de todas las potencias evacuaron a sus nacionales, en medio de una enorme carnicería que devastó a un país que unos años antes era conocida como la Suiza de África, ellos decidieron quedarse.
Enviados por Informe Semanal para cubrir la caída de la capital y del Régimen del dictador Samuel Doe, junto a Juan Ramón Gómez como Reportero gráfico y Fernando de Rada como Ayudante de Reportero, aquellos ocho días de 1991 siguen siendo algunos de los momentos más intensos que he vivido vital y profesionalmente. Éramos el único equipo de televisión internacional que había podido entrar en la capital, Monrovia, durante el asalto final de las tropas rebeldes, que ya dominaban el resto del país. En un país sin leyes ni compasión, siempre encuentras mucha depravación, pero también descubres a otra mucha gente dispuesta a poner cordura en medio de la locura y el desenfreno general.
Mi visita a ese hospital, el mismo en el que Miguel Pajares se contagió del ébola luchando precisamente contra ese virus que finalmente le alcanzó, siempre quedará en el recuerdo… y en alguna de esas viejas cintas de video que aún conservo. Hoy, con un poco de tiempo, convertí a digital unos cuantos planos de aquella visita a aquel Hospital y monté estas imágenes como homenaje a todos los hombres y mujeres que voluntariamente dedican su vida a ayudar a otros a seguir vivos.
Me parece un poco lamentable la polémica sobre quién debe pagar ese traslado. Es un español que ayudaba a otros a cambio de nada. Merece con creces que su país le ayude a no morir, y si eso no es posible, que al menos pueda morir en su país. Al margen de creencias, todos los voluntarios merecen toda nuestra ayuda y consideración. Que los recortes y la insolidaridad no nos vuelvan tan huraños: pago a gusto la parte de mis impuestos que se dedique a traerlos a casa e intentar salvarlos. Desde el sofá de casa, es lo menos que puedo hacer para tranquilizar mi conciencia.
Mi homenaje a todos ellos.