
Pájaros, foto de N. G. A.
Despierto temprano, pero no por temor de que el fin de semana pase volando, sino por la necesidad que tiene mi cuerpo de sentir la mañana. Escucho el cantar del gallo, repetitivo e insistente, como si fuese su último amanecer; respiro el aire de la morera mientras me tomó un café y siento los lametones de mi fiel amigo Yambo, que hace por curar mis heridas. El sol comienza a calentar las uvas que cuelgan de la viña. Algunas caen al suelo desprendiendo ese olor característico a mosto. El mar está totalmente en calma, casi parece un lago. Carmelo y Rosa me acompañan en silencio. No hace falta hablar demasiado, ni redundar en problemas o quejas sobre la vida, simplemente estar.
Cae la tarde y con ella llegan las grajas. Sobrevuelan en círculos alrededor de la casa como si tratasen de decirnos algo. Algunas se posan en el cable de la luz mientras otras se quedan en el tejado o bajan al camino en busca de algún resto de fruta madura. Observamos cada uno de sus movimientos. Es curioso cómo puede variar la percepción del tiempo. En cualquier otra situación o momento de nuestra vida apenas invertiríamos un minuto para mirarlas, pero allí no importaba que pasaran uno, cuatro o veinte. Ese momento era importante.
Carol pone música, bailamos, reímos, jugamos…, y nos sacamos mil fotos, como si sintiéramos la necesidad de capturar todo aquello para no olvidarlo. Charlas, caminatas, un parchís, unas risas… Abrazos que llenan el corazón y miradas que abrazan. Dos días intensos que consiguieron cargar mi batería, encontrarme, tener conciencia de quién soy y de lo que quiero. Mirarme en el espejo y reconocerme.
Necesitaba volver a La Palma, estar con mi gente, con mis padres, la familia, mis raíces… Beber del alisio que, con ese carácter fino, delicado, amable y cariñoso, consigue despertar el alma. A veces es bueno recordar de dónde venimos para seguir construyendo lo que somos. Instantes necesarios en la vida, instantes que quedan grabados de por vida.
@Nievesarrocha