Las más de dos horas de metraje de Perdida se pasan en un auténtico suspiro. En esta película se puede sentir de verdad el vértigo real de encontrarse ante la gran pantalla sumergido en la negrura de una sala oscura, de ese lugar mágico que da nombre a esta columna.
Y es que Gone Girl, y por ende la labor de Fincher en esta cinta, está muy cerca de la perfección. Perdida es un thriller de los de antes, con un regusto hitchcockiano de esos que se impregnan en la piel. Es, ante todo, una magnífica película de cine, como no podía esperarse menos del auteur de clásicos recientes como las maravillosas Seveno Zodiaco e incluso de la infravalorada The Game. La guionista Gillian Flynn es además la autora del bestseller de la que se nutre la cinta.
En esta ocasión, diseccionando con bisturí las interioridades de un matrimonio aparentemente perfecto, Fincher se muestra más inquietante que nunca y en una saludable forma como jefe del tinglado. Qué duda cabe de que se ha superado a sí mismo. Perdida es una historia de amor y también un paseo por el reverso más oscuro del alma humana de dos personajes: los del joven matrimonio, de película, formado por Nick y Amy, con una multitud de aristas tal y como pocas veces se ha podido ver en el cine reciente.
Esta historia dura y desasosegante, plasmada con nihilismo aparente en un bellísimo tono frío y aséptico por la excelente fotografía de Jeff Cronenweth, no deja indiferente a nadie. Como tampoco dejan indiferente las magníficas interpretaciones de todo el reparto, desde la labor de Kim Dickens dando vida a la escéptica policía hasta la de Carrie Coon en el papel de la hiperbólica hermana de Nick.
En cualquier caso, las interpretaciones de Affleck y Pike merecen un comentario aparte. En contadas ocasiones se ha exprimido mejor la pulpa actoral de un intérprete habitualmente tan hierático como Ben Affleck. Aquí compone un magnífico papel de marido consorte de una Amy que es la auténtica estrella del baile. La labor de la actriz británica Rosamund Pike en Perdida se sitúa más allá del elogio. Su trabajo como Amy Dunne en esta cinta es de los que dejan al espectador clavado en la butaca. En cada escena que aparece proporciona una auténtica lección de cómo hacer suyo un papel, y es imposible pensar ahora en otra actriz para acometer este trabajo. Es una verdadera Tippi Hedren 2.0, como muy bien la ha definido Peter Bradshaw, crítico de cine de The Guardian.
La sutileza, la sinuosidad, la falta de aparente esfuerzo con la que la bellísima y glacial Pike se enfrenta a ese reto interpretativo son auténticamente de las que hacen época.
Y, como mencionábamos al comienzo, por encima de toda la función sobrevuela la mano firme de ese auténtico genio del cine actual que es David Fincher, que con cada nueva película nos hace reconciliarnos con este mágico séptimo arte. La labor de Fincher en el uso de la cámara y la planificación de las secuencias en Perdida merecen la escritura de un artículo completo. Pero, como apunte, creo que es plausible decir que en esta película el director norteamericano nos ha legado su creación más perfecta: lo más parecido a una obra maestra.
Se trata de un prodigio visual e interpretativo tan bien hecho y con un final tan inquietante como las más de dos horas que hemos pasado en su compañía. Las referencias de Fincher están ahí y circulan desde el mencionado Hitchcock hasta Verhoeven, pasando por Henri-Georges Clouzot. Pero su genio y su manera de narrar son únicas. Y esperemos que, para nuestro disfrute, la buena estrella le dure mucho tiempo.