3.0 Opinion

Compases de espera

No soy de los que usa marcadores para señalar las páginas de los libros; más bien soy de los que tiro de lo que tenga a mano, ya sea el ticket del parking, la última tarjeta de visita o el recibo de la compra. También está la socorrida opción de doblar la esquina de la hoja si no consigo tener nada a mano. Manías de uno. Las marcas avanzan entre las páginas lentas, con cierta parsimonia; no soy de los que devora libros como rosquillas. Mi lectura se parece a la de los niños de Primaria, desgranando cada palabra, observándolas con detenimiento para captar cada esencia de lo que dicen.

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No soy de los que usa marcadores para señalar las páginas de los libros; más bien soy de los que tiro de lo que tenga a mano, ya sea el ticket del parking, la última tarjeta de visita o el recibo de la compra. También está la socorrida opción de doblar la esquina de la hoja si no consigo tener nada a mano. Manías de uno. Las marcas avanzan entre las páginas lentas, con cierta parsimonia; no soy de los que devora libros como rosquillas. Mi lectura se parece a la de los niños de Primaria, desgranando cada palabra, observándolas con detenimiento para captar cada esencia de lo que dicen. Si no lo hago así me pierdo, mi cerebro comienza a descodificar el texto pero no se empapa de los significados, de la sonoridad, de las segundas intenciones, y se convierte en una lectura que no deja huella y solo reproduce grafías sin ton ni son. Aún recuerdo esas clases donde la maestra me llamaba para cronometrar cuántas palabras era capaz de leer. Empleaba toda mi energía en tratar de batir récords y en entonar cuantas más mejor, haciendo las pausas pertinentes, dando un sentido completo a lo que leía. Inútil esfuerzo, ya que no era capaz de asimilar nada. Hoy en día disfruto del reposo que da la lentitud de la buena lectura, me deleito a cada paso que doy sin importarme si no he acabado la novela que tengo entre manos desde hace meses.

Pienso hoy si mi ritmo para asimilar las cosas no irá en contra de esta sociedad que produce cantidades descomunales de información. Mi velocidad de asimilación no puede ir al ritmo que van las cosas. Muchas veces porque necesito tiempo para informarme y contrastar, otras simplemente porque hay asuntos que requieren su maceración y reposo para poder desarrollar un pensamiento. Me resulta imposible lograr analizar un tema sin investigar, consultar, escuchar, preguntar, reflexionar…, para lo que sin duda necesito tiempo.

Sin embargo, tiempo no hay. Los acontecimientos deben contarse en tiempo real, las opiniones deben estar ya sobre la mesa, los expertos deben manifestarse sobre la marcha. Si no es ya, ahora mismo, en este instante, no es válido. Es la inmediatez del clic, la ventaja de las nuevas tecnologías. Lo que acontece pide ser contado en directo, en streaming, según va sucediendo. Esto no deja de ser un avance en la era de las comunicaciones, pero sin duda también arroja múltiples riesgos. Quizás el más peligroso es el todo vale, algo que se puede constatar a diario en las principales redes sociales. Se comparte información sin saber de dónde procede o se lanzan opiniones sin mesura ante cualquier fenómeno. No hay criba ni rasero, sobre todo en lo que a la imagen se refiere, que entra limpia en los ojos y, por ende, si lo veo, lo creo, y no me fijo ni tan siquiera si puede ser fruto de un fotomontaje. Malas praxis que llevan a sembrar la confusión, a rozar el pánico y a desatar casos más propios del surrealismo, como pudiera ser que te enteres de tu enfermedad por la prensa antes que de la boca de tus médicos. Alucinante.

La prudencia es un valor a la baja, pero aún así la recomiendo encarecidamente. Su mejor compañera de viaje es la paciencia, que todo llega. Hay que contar compases, remover el potaje a fuego lento, dejar la ropa secando al sol, encerrar el vino los meses pertinentes para una buena crianza… Se trata de cultivar la espera y de apreciar el poder del observante. Como cuentan en África: antes de hablar es necesario pensar dos veces…, y hablarás mejor.


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