Hay preguntas que nadie me ha sabido contestar. Hoy, si pudieras, solo te pido una respuesta. Ya conoces mis interrogantes, ahora dime que tú nunca has sentido lo mismo, que no le has gritado a un desconocido, como si él fuera tu único problema. Dime que jamás has pensando en abandonar y lo haré yo por ti.
He pintado un corazón en el escaparate de un banco, en un intento tonto de reconciliarme con el mundo. Ya ves, intento lo imposible porque mi padre me dijo que podía y él nunca me ha mentido.
Pero tú, sí.
“Y yo a ti más”, por cortesía.
Nunca te mentí al decirte que lo conseguirías. Tienes razón, nunca dije el qué, pero supuse que había quedado claro: todo lo que te propusieras. Antes de reconciliarnos con el mundo quizás deberíamos pensar en hacerlo con nosotros, solo por probar. Parecía que un poco más de mezquindad no daría para mucho y sin embargo pudimos comprar hasta el olvido. Ahora empezamos a rebelarnos, como si no se hiciera más difícil durante el invierno.
Es muy probable que cuando me canse de recopilar señales de que el laberinto termina cortando el árbol, voy a hacerlas volar en aire: como si fuera un confeti de besos y pena. Como si tu vida y la mía fueran cometas de colores, siempre jugando a contracorriente; siempre de enredos. Como si los cuervos supieran querer; aunque fuera a su manera.
No subestimes a los cuervos; algunos quieren más que quienes miran extrañados tu corazón detrás de los cristales del banco. Espero que tu dibujo sea eterno aunque lo borren, aunque el negocio cambie o muera el amor. Deseo que no solo intentes lo imposible, sino que lo consigas; si nadie lo entiende, lo estarás haciendo bien.
Pero ya ves, resulta que yo era humana; a veces, como decías; y que las ilusiones flotan por muy “medio vacío” y roto que esté el vaso. Por mucho que corte el beso.