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Mis viajes por todo el mundo

Henry, ese niño del que nunca supe su nombre, pero al que bautizo así porque me recuerda en algunas cosas a Harrison Ford en la película del mismo título, era un niño al que conocí en mi único viaje a Sierra Leona en 1986.

Ha pasado mucho tiempo. Éste artículo lo comencé con una copa en la mano, ya sabemos que los únicos que dicen las verdades son los niños y los borrachos, en un vuelo de Canarias a Madrid, lo perdí y lo retomo dos décadas más tarde.

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Henry, ese niño del que nunca supe su nombre, pero al que bautizo así porque me recuerda en algunas cosas a Harrison Ford en la película del mismo título, era un niño al que conocí en mi único viaje a Sierra Leona en 1986.

Ha pasado mucho tiempo. Éste artículo lo comencé con una copa en la mano, ya sabemos que los únicos que dicen las verdades son los niños y los borrachos, en un vuelo de Canarias a Madrid, lo perdí y lo retomo dos décadas más tarde.

Sierra Leona según mis recuerdos es un país del África Negra, ex Colonia Británica (los primeros expoliadores), rico en materias primas (oro, diamantes, Uranio) que al poco de estar allí se vio sumida en un golpe de estado y posterior guerra civil que empobreció aún más a la mayoría de sus habitantes, porque al igual que en la novela “Los Perros de la Guerra” de Frederik Forsyth, era un país en manos de Gobiernos Títeres a las órdenes de los de siempre, los ricos sin escrúpulos, las multinacionales, y muchos otros que como una plaga de langostas se quedaban, y probablemente se siguen quedando con la riqueza del país sin contar con sus habitantes.

Sierra Leona está tristemente de nuevo en los medios, ahora por nuestro miedo al ébola, hace unos años por los “Diamantes de Sangre” tan bien caracterizada por DiCaprio, lo cierto es que no debe de extrañarnos, Sierra Leona sigue  como en 1986, rica en sus entrañas pero muy pobre en su población. Nos escandalizamos cuando vemos el reportaje de RTVE “Viaje al corazón del ébola”, pero es que Freetown sigue igual, todo sigue como en 1986 y es por lo que me he animado a contar mi viaje, esperando que sea el primero de una larga serie de artículos sobre “mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo”, como decía Torrebruno.

Pero hablábamos de Henry, “MY FRIEND”, al que conocí en un irresponsable paseo desde el Hotel Bintumani hasta la playa frente al Hotel Mama Yoko, yo era en aquellos entonces un Joven sin miedo, agente de viajes, invitado por el Gobierno de Sierra Leona y La Sierra Leona Airways que trabajaba para OTC y al que mi Jefe, Fernando Roque (RIP) envió como un pardillo en un viaje de prospección al que tanto él como Viajes Turín habían renunciado.

Henry, aquel niño que me persiguió durante mi bajada a la playa, al principio acompañado de muchos más niños al grito de “my friend, my friend, give me something”, y finalmente sólo hasta que el muy osado traspasó la línea que delimitaba la playa para los blancos, para los clientes del Mama Yoko y que recibió un fustazo, sí, como los caballos, había entrado en zona prohibida.

Henry, recuerdo la imagen de un niño de 8 o 10 años, que sólo soltó una lágrima de dolor y que esperó estoicamente a que yo terminara mi baño en la playa. Al tiempo un grupo de fornidos aborígenes tiraban de una red en la misma playa de la que sacaban unos peces para abastecer a su poblado durante una semana. No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita o menos gasta, y ellos eran felices así.

Henry esperó pacientemente en busca de resultado. Camino de vuelta hablé con él,  sin la jauría de otros niños me contó su escalofriante historia, su padre había muerto de “fiebres”, dejando ocho hermanos, su madre pasaba de mano en mano, por no decir otras cosas, por muchos hombres y él, Henry, mi Henry, sobrevivía como podía, yo era un joven aventurero, que quería ser como mi bisabuelo el Británico, un Indiana Jones, al que la propuesta de Henry perturbó tanto que marcó mi vida.

Henry, en su desesperación por sobrevivir, se me ofreció como esclavo por dos Leones (moneda local)  diarios, al cambio cuatro pesetas de entonces, yo en mi asombro le pregunté a que se refería con ser esclavo y me lo explicó bien claro: “puedes hacer conmigo lo que quieras”, “¿lo que quieras?” pregunté asombrado, YES, contestó tajante.

Henry era un chico listo, sabía que yo era un joven entonces idealista, que por supuesto no era un pederasta en el paraíso, sino un joven con corazón que le dio no un León sino $5 (cinco dólares americanos).

La verdad es que aquel viaje a Freetown, Sierra Leona fue un poco accidentado, empezó cuando Fernando Roque me avisó un martes para viajar el viernes, me tuve que vacunar a toda prisa en Sanidad Exterior contra las fiebres amarillas y tifoideas, me dieron instrucciones incluso para la malaria pero era inútil, mi cuerpo no iba a crear los suficientes anticuerpos en un par de días, con lo que el viaje se convirtió en una ruleta rusa en la que podía haber enfermado de cualquier cosa…

El viernes, en la oficina, cuando iba a salir para Los Rodeos con destino a  Gando me llamó mi compañero Eduardo, que el avión había sufrido una avería y se había cancelado el viaje, horas después volvió a llamar para decir que la avería estaba arreglada y que urgentemente volara a Gran Canaria, el último vuelo de Iberia era a las 21 horas, estaban completas todas las plazas del Boeing 727 y de no ser por Jaime Caballero (RIP), jefe de reservas de Iberia, que me forzó un overbooking no hubiera llegado.

Cuál fue mi sorpresa al llegar a Gran Canaria,  el vuelo seguía averiado y esperamos y esperamos, finalmente fuimos trasladados al Hotel Iberia, ya en el traslado empezó la diversión, dos pilotos (el técnico se quedo reparando el avión), tres azafatas y 5 pasajeros. Un pasajero increpó a una de las azafatas y se inició una pelea dentro de la guagua a tortazo limpio, todo un comienzo para un largo viaje. En el Hotel sólo los pilotos y yo teníamos habitaciones individuales y derecho a cena y desayuno, el resto del pasaje a compartir habitación y a buscarse la vida para alimentarse. Así estuvimos dos noches con la consiguiente interminable espera en el aeropuerto ya que se suponía que en cualquier momento saldríamos, cosa que finalmente ocurrió el domingo por la tarde.

La Sierra Leona Airways era una filial de la Royal Jordanian, de hecho el viejo Boeing 707 en el que viajamos aún conservaba su emblema en los cinturones de seguridad, disponía sólo de dos aviones, el nuestro y un Tristar que volaba siempre completo los jueves de Freetown a Amán. Las malas lenguas decían que éste no aceptaba pasaje, que hasta en los asientos iban cajas cargadas de diamantes y oro. Nuestro malogrado B707 volaba de Freetown a Banjul, a Las Palmas, a París y finalmente a Londres, sin derechos de tránsito entre las escalas intermedias, lo llamaban el avión de las ministras (las mujeres de los ministros) para ir de compras a Paris y Londres. La tripulación estaba compuesta por John y Paul, dos pilotos borrachitos ingleses desahuciados de otras líneas aéreas y del técnico Jordano que realmente era el Jefe y con el que no llegue a cruzar palabra en todo mi viaje además de las azafatas, unas chicas enormes probablemente enchufadas por el gobierno.

Finalmente sobrevolamos el Sahara con un precioso atardecer sobre las dunas, yo, que era un invitado iba en primera clase y los pilotos con los que entablé amistad en el Hotel Iberia viajaban con la puerta de la cabina abierta por lo que gran parte del tiempo lo pasé con John y Paul con el consiguiente disgusto del técnico Jordano. Hicimos escala en Banjul, abrieron las puertas y sentimos el calor africano y por supuesto los mosquitos, repostamos y continuamos vuelo sin bajarnos del avión.

Aeropuerto de Lungi-Freetown, al fin, empezó la experiencia africana, uff, no nos esperaba nadie en el aeropuerto, no había aduana para declarar los dólares (máximo autorizado $1500 sin declarar) ni control sanitario. No había trasporte a la ciudad ni al hotel, empecé a asustarme, los pilotos montaron en cólera y exigieron un traslado en helicóptero, eran las dos de la mañana, finalmente nos metieron en un viejo taxi Toyota de color amarillo a los pilotos al técnico y a mí.

Empezó la aventura cruzando el río en el trasbordador y atravesando Freetown, la capital, parecía que atravesábamos una zona de guerra, en la que después desembocó el país, no había luz en la ciudad, por la noche le tocaba a la zona de los hoteles, las calles estaban iluminadas por bidones de petróleo convertidos en hogueras improvisadas a forma antorchas donde algunos lugareños se calentaban, daba miedo.

Por fin el Bintumani Hotel (Home Sweet Home), o sorpresa, tampoco nos esperaban a aquellas horas, inocente de mí no se me ocurre otra cosa que cambiar $50 dólares y me llenan una bolsa de basura con Leones en billetes de 1 y 2 Leones, una fortuna para los lugareños. El Bintumani estaba construido en lo alto de una colina las afueras de Freetown con unas vistas excepcionales a la ManWarBay y a la Aberdeen Bay, en aquellos momentos explotado por la Sierra Leona Airways, mi supuesto anfitrión, en cinco bloques conectados por pasillos colgantes constaba también de Casino repleto de libaneses. Cuál fue mi sorpresa que al dirigirme a mi habitación me encontré a dos inmensas nativas bloqueándome el paso en uno de los pasillos colgantes empeñadas en venirse a la habitación conmigo a cambio de una ducha, esa era la excusa para engancharme, eran las 4 de la madrugada.

Al día siguiente con la ayuda y la compañía de John y Paul llegué a Freetown para cumplir mi misión en este viaje de prospección al corazón de Sierra Leona, cuál fue mi sorpresa, en las oficinas centrales de la Sierra Leona Airways  no me esperaba nadie, nadie quería entrevistarse conmigo, entonces ¿para que cojoncios me habían invitado?, finalmente me atendió un señor hindú cuyo nombre no quiero ni recordar peros sin ningún interés en entablar relaciones comerciales, lo que sí me resultó curioso fue que en cada puerta había un operario de puertas (un señor de color sentado en una silla a la espera de realizar su trabajo), que rápidamente se ponía en pie para abrirte la puerta cuando te acercabas.

En Freetown entendí hasta donde llega la codicia humana, tiendas de diamantes superblindadas, donde se vendían los diamantes casi a granel… todavía no estaban manchados de sangre. Al poco de abandonar el país hubo un golpe de estado y la posterior guerra civil. Las calles eran sucias, sin saneamiento, y por las imágenes que he visto recientemente todavía siguen así y han pasado casi 30 años.

La vuelta hacia el hotel fue terrorífica, nos vimos envueltos en un atasco, cuando salimos del coche vimos como un libanés pateaba a un niño al que había atropellado y cuyo su brazo aún continuaba atrapado bajo la rueda del coche, tuvieron que venir ocho o diez negrazos y levantar el coche para liberar al crio, el conductor del coche se fue de rositas sin ni siquiera pedir disculpas. Así se fomentan las iras y las guerras.

Una tarde noche Paul, el comandante del B707 nos  invitó a cenar paella, ¡que sorpresa!, muy cerca del hotel había un restaurante “español” regentado por un islandés que había vivido en Lanzarote donde se casó con una conejera de la que finalmente se divorció huyendo a Sierra Leona, a la vista del acontecer histórico no sé si fue peor el remedio que  la enfermedad. Allí comimos un engrudo al que llamaban paella, al menos acompañado con Rioja y unas buenas langostas del lugar, la aventura volvió a ser en el regreso al hotel, en el propio parking del establecimiento nos abordó una muy linda mulata que estaba empeñada en venirse con nosotros al hotel, John que conducía inició la marcha y ella intentó colarse dentro del vehículo por la ventanilla a lo que Paul respondió intentando cerrarla pero la chiquilla corría como un galgo junto al coche hasta que al final desistió.

Mi último día en Sierra Leona se planteaba tranquilo, comí unos espaguetis carbonara en el restaurante terraza de la piscina del Hotel Bintumani. Todo estaba previsto, nos recogían a las siete de la tarde para llevarnos a Lungi. Llegó el minivan con las cinco azafatas, Paul, John, el “Jordano” y yo esperábamos ansiosos para volver a la civilización, última imagen de Freetown, ya era de noche y otra vez Freetown sin luz y los barriles ardiendo en las calles para iluminarse, cogimos el ferry-transbordador y finalmente LungiAirport.

Empezaron las sorpresas, primero pagar tasas de salida en efectivo, bueno, me quedaban unos pocos Leones, que más daba para salir de la pesadilla, segundo paso atravesar el control de salida del país, problema!, no tenía los papeles de entrada ya que la aduana y control sanitario estaba cerrado cuando llegamos, el oficial de turno empezó a increparme en Inglés, a preguntarme el motivo de mi viaje, el dinero que había traído al país y el que pretendía sacar (recordemos que el máximo exento de declaración eran 1500 €), bueno un tercer grado en toda regla, le expliqué que venía en viaje de prospección turística invitado por su Gobierno y la Sierra Leona Airways, pasamos a los dineros… y empezaron los problemas porque yo tenía una bandolera debajo de la ropa con más de $2000 dólares, si me cacheaban lo tendría muy crudo, como tenía que justificar ante mi empresa los gastos conservaba facturas de todo, empecé a sacarlas y finalmente los dólares que me quedaban, había un ligero descuadre con lo que el oficial empezó a poner cara inquisidora, un golpe de suerte o de nervios me hizo meter la mano en el bolsillo, “ e voilá” aparecieron 80 cochinos leones (160 pesetas, casi 1€), una fortuna para aquel oficial, recordemos que Henry se ofreció de esclavo por dos leones.

La mirada del Oficial cambió al ver los Leones y me preguntó que qué es lo que iba a hacer con esos Leones que no me servirían en mi país ni podría cambiarlos. Te pillé, estaba claro, quería chorizarme los Leones. Ante el dilema de ofrecerle un soborno le pregunté si había una Asociación de Huérfanos de los Policías de Frontera, me contestó afirmativamente, pillado, le di los 80 Leones con el encargo de que lo hiciera llegar a la Asociación de Huérfanos, antes de que se los metiera en el bolsillo, le pedí que me dejara uno de los billetes de recuerdo, me dejó un billete de dos leones que aún conservo.

Pegó un par de gritos y aparecieron otros dos negrazos a los que dio instrucciones para que me llevaran hasta el avión y así hicieron, me intentaron incluso abrochar el cinturón de seguridad en el avión, y como última osadía uno de ellos me pidió mi bolígrafo Inoxcrom de recuerdo, ¿recuerdo de qué?, me acababan de conocer, me negué diciendo que era un regalo personal de una persona querida, en el fondo no era verdad, no me daba la gana, ya estaba bien.

Por fin despegamos, mirando con perspectiva histórica fue una gran aventura, escapé de muchos problemas, adiós Sierra Leona, probablemente para siempre.

Éramos sólo cinco pasajeros, esta vez tocó viajar en Turista, en Primera clase viajaba la mujer de un Ministro del Gobierno que iba de compras a París y Londres. Al final deduje que el vuelo de ida fue en primera clase por el interés de la delegada de la compañía aérea en Las Palmas de Gran Canaria para empezar negocio y salvar una línea claramente deficitaria. De los que íbamos en Turista, uno era un morenito que viajaba a Banjul (Gambia), curiosamente cuando llevábamos más de una hora volando me extrañó no haber hecho ya la escala en Banjul, me acerqué a la cabina, por supuesto abierta (estábamos aún muy lejos del 11S), pregunté a Paul si había algún problema, me contestó que no, voy a omitir los adjetivos y las palabrotas que seguro se imaginan, en resumidas cuentas me dijo que decidieron continuar vuelo a Las Palmas, que no compensaba aterrizar para sólo un “pu.. estudiante n…”, que ya lo recogerían en Las Palmas en el vuelo de vuelta para dejarlo unos días más tarde en Banjul.

El otro pasajero era un Banquero, que no bancario, el propietario de un Banco Griego  cuyo nombre no quiero recordar, ya sabemos los líos económicos en que nos metieron lo griegos con la Europa del Euro. Me contaba en perfecto inglés su experiencia en Sierra Leona, su visita a las minas de Oro, diamantes y las oportunidades de negocio, me confirmó que desde el exterior se estaba expoliando el país con la connivencia de unos pocos y en contra del pueblo de Sierra Leona, la historia que se repite en África, como una plaga de langostas que arrasa un país y sigue al siguiente.

Durante el vuelo me empecé a sentir mal, finalmente llegamos a Gando, allí me esperaba Eduardo, al pobre estudiante gambiano lo recogió la Policía Nacional a pie de avión para retenerlo en comisaría hasta el vuelo de vuelta. Casi beso la plataforma de la pista del aeropuerto de Gando, por la emoción de la vuelta a mi tierra guanche y por la intoxicación alimentaria provocada por los espaguetis. Eduardo, muy amable me llevo al Hotel Corinto y como era tarde se marchó. La última sorpresa fue que el Corinto estaba en overbooking y me recolocaron en unos apartamentos de la misma empresa, en unos apartamentos cutres en la calle paralela, inconvenientes de ir de gorra ya que mi empresa le había sacado un free a Juan el Director del Corinto. Pasé una noche horrible con vómitos y fiebres, tranquilos, fue sólo una intoxicación alimentaria y no había ébola hace casi 30 años en Sierra Leona, pero como dije las vacunas no me hubiesen servido de nada ya que no se cumplieron los plazos de reacción y creación de anticuerpos, fui afortunado la cámara del tambor donde paro el tiro del revolver estaba vacía, podía haber pillado cualquier cosa.

Henry, que habrá sido de ti,  ¿sobreviviste en la vida, a la guerra, a las enfermedades y/o ahora al ébola? Si lo hiciste, te deseo lo mejor, marcaste mi vida y de mi viaje a Sierra Leona aprendí mucho  y comencé mi etapa vital del idealismo al pragmatismo.

1 Comentario

1 Comentario

  1. Diego Hidalgo

    27 octubre, 2014 en 09:12

    Nota del Autor: Ante las numerosas preguntas de lectores aclarar que se trata de una historia real, eso sí novelada, ocurrió en Freetown, Sierra Leona, en 1986. Algunos nombres han sido variados y sí, Henry (como yo lo llamo) existió

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