Creo firmemente que cualquier declaración de un cargo público debe perseguir una doble finalidad: por un lado, está el objetivo obvio de contagiar con sus ideas o propuestas al mayor número posible de ciudadanos. Ese está claro. Por otro, deberíamos percibir la aspiración -casi siempre olvidada- de aprovechar la oportunidad para elevar la educación y estima propias de los destinatarios de su mensaje. Y esto ni siquiera se vislumbra en el caso que nos ocupa.
Casi cada vez que oigo alguna declaración del presidente del gobierno de Canarias, echo en falta este segundo objetivo. Es más, parecería que persigue todo lo contrario: embrutecer y acomplejar a cuantos más ciudadanos canarios, mejor. Y descuida la que debería ser su segunda gran profesión: la de comunicador al servicio del público.
Cada vez que le oigo decir palabras como colonialista y caciquil, cuando se refiere al trato que recibe Canarias por parte del gobierno de la nación, me asusto del efecto que esto pueda causar; me avergüenzo de oír esos términos aún hoy en día.
Y en particular, ahora, cada vez que le oigo defender sus planteamientos sobre las prospecciones petrolíferas me siento aborregado y mal representado. Ojo, no importa lo que yo piense al respecto, puedo estar de acuerdo con el tema de fondo o no. Pero son sus declaraciones en nuestro nombre las que me ofenden.
Cuando leo la pregunta que quiere hacerme sobre las prospecciones (“¿Cree usted que Canarias debe cambiar su modelo medioambiental y turístico por las prospecciones de gas o petróleo?”), creo que me toma por tonto. Primero dime, presidente, cuál es nuestro modelo turístico y medioambiental. Y luego, tanto si me gusta como si no, dime en qué podría consistir ese supuesto cambio por la realización de unas prospecciones petrolíferas. Y ahora sí que te podría responder. Eso sí, si quisiera hacerlo, porque es una pregunta maquiavélica que te lleva casi a una respuesta única.
Me gustaría que el presidente de mi gobierno autónomo discutiera con el presidente de mi nación de tú a tú, sin recurrir a absurdos complejos del pobre conquistado frente al conquistador. Porque es obvio que yo, canario, me encuentro al mismo nivel personal que Mariano Rajoy en cuanto a ciudadanía. Y no consiento que ningún político rebaje mi dignidad diciéndome que vivo en una colonia bajo la bota de un cacique opresor, porque ni es verdad, ni así lo siento. Y esto es fruto de la forma de comunicación que ha elegido el presidente del gobierno de Canarias, que observo deformada en virtud de unos fines que no me quedan claros.
Me gustaría que el presidente de mi comunidad autónoma defendiera lo que él estime oportuno sin usarme como ariete ignorante, sin usar emociones y sentimentalismos de baratija, sino con poderosas y bien expuestas razones, con datos, con argumentos; me gustaría que no intentara manipular a los ciudadanos creándoles un peligroso complejo de inferioridad con respecto al resto de España. Porque lo que hace es perjudicial para la autoestima de gran parte de la población. Y es, repito, peligroso.
Le pediría al presidente de mi comunidad que se comportara como un hombre de Estado y no como el representante de una humilde aldea conquistada que acude permanentemente al viejo recurso del enemigo común para sumar adeptos a su causa. Le rogaría que me hiciera sentir orgulloso de sus manifestaciones públicas, incluso de aquellas con las que no estoy de acuerdo.
Le impondría, como representante mío -de todos- que es, que no me deje en mal lugar ante toda España. De igual manera que no todos los catalanes piensan como Artur Mas, no todos los canarios sentimos lo que transmite Paulino Rivero. Y quiero, exijo, que eso quede siempre claro en todas -absolutamente todas- sus intervenciones en público.
Por esto, le suplicaría al presidente que no me avergüence haciéndome sentir que soy inferior al resto de los españoles, por no saber defender sin este recurso su, por otro lado, más que lícita posición.
Le solicito, pues, que represente dignamente -en el fondo y en la forma de comunicación-, tanto a los que piensan como él como a lo que no. Pero, sobre todo, a estos últimos. Así se convierte un político en un hombre de Estado.
Miryam
24 octubre, 2014 en 12:56
Ya era hora que los expertos mediáticos en comunicación, pararan los pies a la vulgaridad, desconocimiento y malas artes de quien se supone que nos representan, pues nos consideran comos verdaderos borregos coloniales para defender sus puestos en los sillones ¡¡¡
Rafa
31 octubre, 2014 en 10:07
La comunicación es el arma más poderosa, y al mismo tiempo la más ignorada, que poseemos. Me refiero a la persona, tanto si eres político como si no.
Hablar con propiedad, con información real, con determinación, con el claro ánimo de transmitir un mensaje y sobretodo haciendo uso de las estrategias y formas para la comunicación es lo fundamental en un representante, en este caso el presidente de Canarias.
Coincido con todo lo expresado en este artículo, y mayormente con la clamorosa necesidad que tienen los representantes en conocer cómo comunicar y para qué comunicar, que es el tema de fondo de este artículo.
Y todos somos iguales, esa es la premisa absoluta. Yo no me considero menor que cualquier otro ciudadano de este país por el hecho de haber nacido en este maravilloso territorio canario.
Saludos