Cuántas veces hemos escuchado la expresión “el milagro español” pronunciada sin rubor por entusiastas de la Transición, o por el desarrollo económico que suscitó el turismo en los años 60 y alejó un poco de la pobreza a un país victima de la dictadura y de las políticas autárquicas; o muchos años después en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 y en la Exposición Universal de Sevilla, cuyo despilfarro provocó la inmediata devaluación de la peseta y cuando el entonces ministro de Economía y Hacienda, Carlos Solchaga, definió la medida- sin despeinarse- como “un fracaso colectivo, de la sociedad española, y no de la política de mi Gobierno”. En este país somos muy dados a la épica, y a la exageración envuelta en expresiones que en realidad esconden una estafa o un fracaso estrepitoso.
Hoy en día “el milagro español” consiste en que el personal, golpeado por la crisis o la estafa, según se valore, no pierda los nervios cuando se levantan las alfombras y salen a relucir despilfarros de tarjetas opacas, en manos de cínicos predicadores de la austeridad, sentados sobre las costillas de una sociedad amargada por el paro y el futuro de sus hijos. O cuando el presidente del Gobierno saca pecho por las pruebas de estrés de las entidades bancarias, rescatadas, por cierto, con decenas de millones de euros que pagan y pagarán los impuestos de los ciudadanos estafados. O cuando el mismo presidente habla de “esas pequeñas cosas” en vil referencia a la miserable corrupción de asola el país y que está dejando a la clase política a la altura de lo que durante años han venido ejerciendo no unos pocos, sino unos muchos: como golfos apandadores.
Este “milagro español” de la corrupción rampante donde también tienen un papel principal empresarios y conseguidores se ha sostenido en el tiempo gracias al cinismo de muchos y a la cobardía de quienes debieron tomar cartas en el asunto y miraron para otro lado. Pascual Maragall denunció hace una década el 3% que CDC cobrara a los empresarios, se lo dijo a la cara a Artur Mas en el Parlamento de Cataluña, pero se retractó de inmediato, no fuera a ser que también llovieran denuncias sobre su partido.
Mientras, los jueces que ya saben lo rápido y fácil que es quitarse de encima a un Elpidio Silva cualquiera por atreverse a meter en cintura a un “honorable” Miguel Blesa habrán pensado que más vale mover el culo que andarse con zarandajas y parece que estén pisando el acelerador. Trabajo no les va a faltar. Al tiempo.
¡Pena de Berlanga para hacer una secuela de su película Todos a la cárcel!