Una de las máximas más ciertas en política es aquella que dice que “el fin justifica los medios”. También es una de las más repugnantes. La prueba de esta última afirmación podemos hallarla en esta digna película dirigida por Michael Cuesta, un veterano de la televisión que se ha forjado en series como la excelente Homeland. Lo que cuenta esta cinta es desasosegante. La mera idea de que la CIA financiase el armamento de los movimientos contrarrevolucionarios en el patio trasero norteamericano con el boyante negocio del tráfico de droga dura en las principales ciudades de los Estados Unidos es, como poco, inquietante. Esto es lo que cuenta esta película, que se inscribe en la estela de obras como El mensajero del miedo (1962, con un deslavazado remake en 2004) y, más precisamente, Los tres días del cóndor (1975).
Y, claro, ya sabemos lo que sucede cuando un ciudadano anónimo, en este caso un periodista de un anodino diario de provincias, se enfrenta a la todopoderosa maquinaria de los servicios secretos: progresivamente va perdiendo todos sus apoyos de la primera hora, entrando en una espiral de paranoia que volatiliza al final su reputación, produciéndole así una aparente muerte en vida.
A fuer de ser sinceros, al parecer la historia real de este periodista llamado Gary Webb poco tiene que ver con las vivencias del mártir periodista que compone Jeremy Renner en esta cinta. Lo que realmente ocurrió es que Webb, al parecer, no contrastó los hechos sobre los que escribía y no estuvo a la altura de alguna de las más prístinas reglas del periodismo de investigación.
A nosotros esto poco nos importa. La película que dirige Cuesta se sostiene bastante bien a lo largo de sus casi dos horas de metraje y Renner está muy convincente en el papel de ese hombre nervioso, ese individuo de vuelta de todo y contra todos que cree a pies juntillas, firme e imprudentemente, en el relato que ha escrito.
Es un auténtico placer, por otro lado, para los buenos aficionados al cine, poder ver en la pantalla grande a actores que ya creíamos facturados: Andy García llena la pantalla con su presencia de no más de cinco minutos en el papel de un traficante preso en la cárcel nicaragüense y el gran Ray Liotta firma unos minutos antológicos en un trabajo corto pero admirable que borda en todos sus ángulos. El mismo Barry Pepper, con unas pronunciadas e inquietantes ojeras, está espléndido al comienzo de la cinta en su papel del fiscal del Gobierno. Otros secundarios, como Blake Nelson o de Witt, hacen correctamente sus trabajos en una película más que notable que tiene bastante interés para todo aquel que crea que cualquier democracia tiene sus ángulos oscuros y sus penumbras. En suma, una cinta nada desdeñabley desde luego de lo más digno que puede encontrarse ahora mismo en nuestra cartelera.