3.0 Opinion

Morfología vital

La lluvia no cesa. Es la cuarta semana consecutiva con el mismo soniquete. Las gotas siguen golpeando con violencia los cristales, como si tuvieran algo que reclamar ventanas adentro. La humedad ha logrado traspasar las paredes y los tejidos, se cuela en los armarios extendiendo el olor a moho. Nada logra secarse, muchas plantas han comenzado a pudrirse de tanto líquido en sus raíces. Insufrible estación de otoño. A pesar de todo, ha decidido hacer suya esa idea de poner buena cara al mal tiempo. Qué remedio… Todavía queda el invierno, y a buen seguro que no será nada fácil. Además, no es la primera vez que se enfrenta a un revés en la vida, tampoco será la última.

¡Fue en aquel dolor

que a mi vino el amor!

Voz llena de armonía y dice:

“¡Sigue viviendo! ¡Yo soy la vida!

¡En mis ojos está tu cielo!

¡Tú no estás sola!

¡Tus lágrimas enjugo!

¡Estoy en tu camino y soy tu soporte!

¡Sonríe y espera! ¡Yo soy el amor!

La mamma morta, aria de la ópera Andrea Chénier de Umberto Giordano

 


141122-FOTO-CÉSAR-MARTÍN


La lluvia no cesa. Es la cuarta semana consecutiva con el mismo soniquete. Las gotas siguen golpeando con violencia los cristales, como si tuvieran algo que reclamar ventanas adentro. La humedad ha logrado traspasar las paredes y los tejidos, se cuela en los armarios extendiendo el olor a moho. Nada logra secarse, muchas plantas han comenzado a pudrirse de tanto líquido en sus raíces. Insufrible estación de otoño. A pesar de todo, ha decidido hacer suya esa idea de poner buena cara al mal tiempo. Qué remedio… Todavía queda el invierno, y a buen seguro que no será nada fácil. Además, no es la primera vez que se enfrenta a un revés en la vida, tampoco será la última.

Creció en un barrio pobre, de esos en los que esperanza es solo un nombre de mujer. Poco aprendió en la escuela. Su maestra ponía todo el empeño en enseñarle, pero resultaba en vano, no fue capaz de darse cuenta de que no necesitaba contenidos, sino cariño. De aquella época solo le quedó el recuerdo de las peleas en el patio, de los castigos e imposiciones. Jamás llegó al instituto, no cursó estudios secundarios. Quizás fue el accidente que cambió su vida para siempre, y muchos creen que fue eso, aunque, por otro lado, las condiciones económicas en casa tampoco lo hubieran dejado promocionar.

La tarde en la que aquel coche lo arrolló, creyó morir. Sintió la levedad del ser; palpó lo efímero de la existencia. En un estado de semiinconsciencia vio el final de sus días y pensó que era demasiado joven para partir. Luchó consigo mismo para no abandonar este mundo, “a los diez años debería estar prohibido fallecer”, pensaba… Es lo único que recuerda junto a los gritos que lo alertaban instantes antes del impacto. El resto habla de una historia en coma, de múltiples contusiones y de largas operaciones. Un calvario terrible que todavía lo acompaña.

Su madre jamás le contó quién costeó los gastos médicos que ellos no podían permitirse. La suma debió ser enorme debido a las cirugías y rehabilitaciones; no fue hasta los 15 años que le dieron el alta. Durante ese tiempo no le faltó de nada, cualquier tratamiento fue pagado sin problema ninguno, no importaba su precio. El único conocimiento que tuvo de su benefactor fue una carta que recibió en su decimoctavo cumpleaños. Era una tarjeta sin remite en la que se podía leer un escueto “Gracias por volver a la vida”. Al sobre lo acompañaba un disco de vinilo con una selección de las mejores arias de ópera y un reproductor.

Nunca podrá olvidar el impacto que le produjo ver el plato girar, el contacto de la aguja con los surcos del disco, el cálido sonido del roce, pura magia. Luego la música, con las voces de los grandes como María Callas, Mario del Mónaco o Renata Tebaldi, interpretando a Puccini, a Verdi y a tantos otros, grabaciones que consiguieron transformarlo, hacerlo vibrar como nunca antes lo había hecho. En ese instante sí se sintió volver a la vida.

Esta mañana ha vuelto a reproducirlo para escuchar La mamma morta. No ha podido reprimir las lágrimas. Aún con el dolor de huesos que le causa el frío y el aguacero, ha decidido coger el bastón y el paraguas para ir al encuentro de su mujer a su trabajo. Ella le tiene dicho que con el tiempo así no salga de casa, que una caída podría ser fatal, pero hoy no hace caso. Al llegar a la puerta de la fábrica espera pacientemente. Ella, al salir, le dirige una cómplice mirada mientras se enjuga las lágrimas. Se acerca y lo abraza con la ternura que se abrazaría un bebé, todavía no se cree que haya aparecido allí, es la primera vez que sale de casa después del implante de cadera.


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