Veo Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo en una sala de multicines, en la sesión de las doce del mediodía y acompañado de un niño y de otros muchos progenitores con niños y niñas a su cargo. El niño que está a mi lado sólo carcajea en un par de ocasiones, y algo similar sucede con los otros niños que se sientan a mí alrededor. La película no sólo no me produce risa alguna, sino que además me aburre soberanamente. No sé, quizá es que, después de una “alerta roja” que me ha tenido encerrado en casa dos días seguidos, no estoy con la mejor predisposición para que me produzca gracia la película de Javier Fesser.
Como película de animación, reconozco que, al menos técnicamente, es un auténtico prodigio. Pero creo que le falta algo a esta cinta. Le falta alma. Quizá sea que los personajes de Ibáñez nunca estuvieron entre mi galería de preferidos… En realidad disfrutaba mucho más con Blake y Mortimer y, sobre todo, con las novelas ilustradas de Julio Verne, que tan bien editaba la mítica Bruguera. Pero con esta película creo que Fesser ha pinchado en hueso.
La animación en nuestro país vive, todo parece indicarlo, un momento muy dulce. Filmes de excelente factura, como Planet 51 o Las aventuras de Tadeo Jones, son un claro ejemplo de esta edad de oro de los dibujos animados patrios. Es un género caro y difícil de hacer. Además de muy sacrificado.
Pero no termino de cogerle el punto a esta fiel versión de uno de los más populares cómics de la historia de nuestro país. La interminable sucesión de mamporros, chichones, caras y miembros rotos (por no decir nada de los cada vez más surrealistas disfraces de Mortadelo) me saturan, no conectan conmigo. Y veo la película como si fuera un autómata, sabiendo que la habré olvidado nada más abandonar la sala de cine.
Nada que ver, por cierto, con la sensación de haber visto una muy digna película de animación un par de semanas atrás, después del visionado de Los Boxtrolls. Fue una excelente película, muy bien realizada por la factoría Laika, con la difícil técnica de la stop-motion, que me impresiona favorablemente y que hace que no me arrepienta de haber comprado la entrada para verla, teledirigido una vez más por las obligaciones familiares.
Boxtrolls es, en principio, una película destinada al público infantil. Pero contiene también un punzante mensaje para los adultos que se aventuren a verla. Todo un programa sociológico de sutil calado.
Por suerte, llego a casa y la tarde del domingo veo un DVD con la segunda de las películas que ha firmado como director el actor galo Mathieu Amalric: La chambre bleue, que participó en la sección Una cierta mirada en la edición de Cannes de este año. Está tan bien rodada, tan fríamente hecha y es tan pulcra, tan francesa, que me congratulo de nuevo con el cine y pienso que, siendo ya un actor más que estimable, a Amalric le espera una prometedora carrera detrás de la cámara. Y sostengo que reconforta terminar el día viendo buenas películas de cine.
