
Sin título, de Alejandro Cordón
PERSONAS QUE HABLAN:
TEÓFILO, el amigo.
YO, yo, o sea tú, el que lee.
(En el lugar de siempre, a la hora de siempre, en la mesa de siempre, simplemente, porque hay cosas que son siempre iguales).
Yo (dirigiéndose al camarero) —Nos pones una cuarta de tinto para probarlo, unas garbanzas y un plato de queso.
Teófilo (dirigiéndose a Yo) —Pero si es el mismo vino de la semana pasada, qué coño vas a probarlo. (Dirigiéndose al camarero). Pon media, Juan.
Yo —El vino siempre hay que probarlo, que de una semana a la otra cambia mucho, no deberías fiarte.
Teófilo —Vives obsesionado, muchacho, relájate…
Yo —Obsesionado no, sino que me conozco el percal y sé cómo se las gastan por aquí.
Teófilo —Mira que eres desconfiado.
Yo —Que uno tiene que estar al loro, que si no se la meten doblada.
Teófilo. —Quien te oye…
Yo —Quien me oye sabe lo que me digo, que no está el horno para bollos, que bastante tenemos con la que está cayendo. Toda precaución es poca.
Teófilo —Bueno, en parte tienes razón, amigo, pero quizás es que yo me empeño en seguir confiando. Será que uno es un tanto iluso.
Yo —Más bien gilipollas, querrás decir.
Teófilo —Sí, eso, gilipollas…
Yo —Porque mira que te lo tengo dicho y tú nada de nada, ¿eh?
Teófilo —¿Qué quieres que haga?
Yo —Pues poner un poco más de asunto hombre.
Teófilo —Hay cosas contra las que es imposible luchar, más cuando uno se enamora hasta las trancas, tú.
Yo —Pero si yo te entiendo, pero es que la última ya creo que debió ser el límite… Se te fue la pinza compañero.
Teófilo —Yo sé que no estuvo bien.
Yo —Es que acostarte con la mujer de un corrupto ya roza lo inadmisible.
Teófilo —Joder tú, que ella no tiene la culpa de lo que hace su marido, es él el
impresentable que prevaricó, extorsionó, cochechó…
Yo —Cohechó.
Teófilo —¿Cómo?
Yo —Que se dice cohechó de cohechar, de cometer cohecho.
Teófilo —Bueno, pues como se diga. La cosa es que ella no tiene la culpa.
Yo —¡Anda que no! Pero bien que se beneficiaba de lo que cosechaba su maridito.
Teófilo —¿Te refieres al coche que tiene?
Yo —Al descapotable, al apartamento en el sur, a los viajes pagados por la administración…
Teófilo (interrumpiendo) —A ver, a ver…
Yo —¿A ver qué, Teófilo? Me dirás que es mentira.
Teófilo —Ella me contó que el descapotable había sido un regalo de su prima, que el apartamento era de una herencia y que los viajes estaban todos justificados en su tarjeta personal. Además…
Yo (interrumpiendo) —Además de las tetas, que se las puso de plastilina. ¡Teófilo, por Dios!
Teófilo —¿Qué?
Yo —Que pareces tonto.
Teófilo —Sin ofender, tú.
Yo —¡Coño, es que me lo pones a huevo! (Dirigiéndose al camarero). Juan, pon otra media más y un plato de carne cabra.
Teófilo —La echo de menos…
Yo —¿De verdad?
Teófilo —Sí. Estábamos hechos el uno para el otro. Nunca conocí a nadie que me moviera tanto por dentro. Me hablaba desde el corazón, sus palabras eran sinceras, no podía ser una ficción. Incluso hicimos planes de futuro.
Yo —No eres al único que tiene engañado.
Teófilo —Te lo digo en serio. Conmigo era diferente…
Yo —Desde su escaño también me parecía sincera, toda una dama, y mira…
Teófilo —Pero es que ella es así.
Yo —Sí, claro, hasta el día que trancaron al marido con las bolsas de basura llenas de billetes en el maletero del Mercedes.
Teófilo —Y por eso lo imputaron. Pero ella…
Yo —A ella no tardarán en trancarla.
Teófilo —Pero es inocente.
Yo —¿Inocente? ¡Y un tolete! Esa está pringada hasta las cejas.
Teófilo —No me lo puedo creer. Aún sueño con ese perfume caro que llevaba. ¡Qué mujer!
Yo —¿Pero vas a seguir?
Teófilo —No puedo evitarlo. El andar de esas piernas, ese saber vestir, esa presencia…
Yo —Lo tuyo es de juzgado.
Teófilo —Hay días que la espero por fuera del Parlamento a ver si la veo.
Yo —Estás como una cabra. Bueno, ahora haya miedo de que te pille el marido.
Teófilo —Pero apenas la veo pasar en el coche oficial. No me dice nada, pero sé que sabe que estoy allí, y eso me consuela enormemente.
Yo —(Mostrándole el vaso). Echa un fisco de vino más ahí.
Teófilo —(Mientras le sirve). Es mucho lo que siento. Sé que puedo confiar en ella.
Yo —¿Cómo vas a confiar en ella, muchacho? Que es una corrupta igual que el marido. No puedes hacernos esto. Teo, es la casta, ¡el enemigo, joder!
Teófilo —Lo sé, tú, pero contra el amor no se puede luchar.
Yo —Manda narices… ¿Pero se ha puesto en contacto contigo?
Teófilo —Sí, ayer me mandó un wasap.
Yo —¿Y qué te decía?
Teófilo —“Teófilo, se fuerte, mañana te llamaré”.
Yo —¡Coño, como el presi!
(Se hace un silencio incómodo y Teófilo pide la cuenta con un gesto. Hay días que el cuerpo no da para más).