En cuanto a la adversidad, difícilmente la
soportarías si no tuvieras un amigo
que sufriese por ti más que tú mismo.
Cicerón
La respuesta no es sencilla. Distinguir entre quien, genuinamente, tiene una visión empática y compasiva del mundo y quien no es una tarea ardua. Especialmente en una sociedad inundada por emoticonos y acortamientos de palabras. Pero esto es una cuestión menor si la comparamos con la forma clásica de corroboración, de aquello que se predica. Porque ser capaces de ponernos en el lugar de los demás, ayudar, no son solo palabras. Se demuestra con pequeños y grandes detalles que, desafortunadamente, no suelen coincidir mucho. Ya se sabe, del dicho al hecho…
Es ahí donde se puede responder a la pregunta que te proponemos hoy. Y cuando aprendemos a hacerlo, resulta sencillo separar el grano de la paja. Las personas a las que preocupan las personas actúan en consecuencia. A aquellas que no les preocupan ni ocupan prometen que lo harán o mienten diciendo que lo han hecho. O, lo que es peor, terminan poniendo, tras conseguir el apoyo de quienes iban a ser ayudados, cualquier otra cosa que se les pueda ocurrir por delante. Y siguen mintiendo.
La empatía y la compasión no funcionan así. Son elementos genuinos que se ven en las acciones de las personas, y que se entrevén en sus ojos. Pueden venir acompañadas de palabras, pero nunca sustituidas por ellas.
Son fenómenos que definen a las personas y que van mucho más allá de su procedencia, religión o ideario político. Son la esencia de lo que son. Aquello que les conmueve cuando están solos y que se mantiene cuando tienen que defenderlo. Son sus valores y su moral. En un mundo en que esto se vende, no es sencillo distinguirlo. Y son más escasos de lo que podríamos esperar.
Así que toca estar pendiente. Mucho.
Leocadio Martín Borges Psicólogo
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