Magia a la luz de la luna, el último trabajo de Woody Allen, es una película muy, muy agradable. Puede que para muchos no sea lo que se dice un peliculón, pero nadie podrá decir que no se pasa un buen rato viéndola. Aunque no llega a las grandes obras del director neoyorquino, no se puede negar que su esencia está presente en todo el metraje, sobre todo en sus diálogos: ingeniosos, simpáticos y hasta profundos en algunos casos. Éstos hacen que una historia de amor de lo más típica se convierta en una reflexión sobre lo humano y lo divino (y nunca mejor dicho).
La historia no es nada nueva. Ambientada en los años veinte, cuenta cómo un mago de gran renombre (Colin Firth) ayuda a un amigo de toda la vida, también mago (Simon McBurney), a desenmascarar a una médium americana (Emma Stone). La clave de la cinta, además de en la relación entre ellos, está en la creencia o no de si hay algo más allá de la muerte: si solo somos terrenales o si nos espera algo cuando morimos.
Firth está convencido de que no hay nada y, por eso, todo aquello que sea relacionarse con los espíritus lo ve imposible… hasta que conoce a esta joven y atractiva espiritista y pasa de ser un egocéntrico pesimista a ser un egocéntrico… optimista. Y ya no cuento más.
Como dije al principio, lo mejor de este último trabajo de Allen son sus diálogos, esos que tienen su toque personal tan claro en pelis como Balas sobre Broadway, Asesinato en Manhattan o Medianoche en París. No puedes evitar soltar más de una carcajada, sobre todo con las contestaciones y comentarios del protagonista, un exquisito Colin Firth que borda su papel de un condescendiente mago inglés que se considera superior a todos. La evolución de su personaje es otra de las grandes virtudes de la película.
También hay que destacar a la joven Emma Stone (Crazy, Stupid, Love, y Rumores y mentiras), que ya sabemos por su trayectoria que se le da a las mil maravillas la comedia; aunque no hay que olvidar su buen trabajo en Cridas y señoras.
El gran pero a Magia a la luz de la luna se halla en el ritmo, que, aunque remonta al final, va decreciendo sobre todo a mitad de la película. Empieza con buen tono: simpático, llevadero…, pero luego se intenta dar un toque más serio, más dramático, y aquí se estanca, como si cayera en un lago que no ahoga pero del que se sale empapado.
La cinta está llena de fotografía y vestuario exquisitos, de elegancia y clase, cualidades que no ha perdido Allen con los años. Esto hace que haya escenas llenas de romanticismo y encanto aliñadas con frases conmovedoras a la vez que divertidas.
No sé si volverá el cine de Woody Allen de hace 20 años, pero su último trabajo es muy recomendable para los amantes del género romántico y divertido. Yo voto por volver a ver otra peli suya…, por entrar en el cine y que comience la cinta con sus títulos de crédito, marca de la casa e imbuirme en su próxima historia…