
Magia, de Srgpicker. / FUENTE: FLICKR.COM
Números. Calificaciones que irán a parar a un boletín de notas que se le entregará a los padres como muestra de aprendizaje de sus hijos e hijas. Sobresalientes, notables, bienes, suficientes e insuficientes; palabras que detrás llevan consigo la jerarquía de un aprendizaje.
Siempre que llega este momento me hago la misma pregunta: ¿realmente es justo ponerle un número a un niño o niña que indica o barema su conocimiento? Y lo más importante: ¿ellos entienden lo que significa? A veces tengo la sensación de que para lo único que sirve es para competir, comparar o acumular.
Números. Calificaciones que poco tienen que ver con lo educativo y que llevan instauradas en el sistema desde tiempos remotos.
Y me pregunto: ¿es mejor o más capaz el niño que saca un diez que otro que saca un cinco? No lo creo. Esos niños no son iguales, cada uno tiene sus emociones, sentimientos, capacidades, momentos… Unas metas y unas expectativas distintas a alcanzar. Quizás la escala por la que se rige nuestra ley educativa no sea la adecuada para una sociedad en la que la diferencia debería ser un don y no una condena.
El tesón y el afán de un niño tendrían que ser recompensados de otra manera, no con signos matemáticos o palabras estandarizadas. Evaluar es necesario. ¡Claro que sí! Es preciso emitir un juicio sobre los aprendizajes alcanzados para poder tomar decisiones, corregir aquello que necesita una mejora o alcanzar nuevos objetivos. Pero soy de las que opina que calificar de otra forma es posible. Sería genial poderles escribir una carta. Una carta en la que, de una forma clara y sin mensajes encriptados, evalúes su proceso de aprendizaje, el esfuerzo, sus actitudes… Palabras que realmente signifiquen algo, que les den un empujón para mejorar, una motivación para continuar y una gratificación por intentarlo. Porque como bien dice Miguel Sola: “La recompensa de la enseñanza es el aprendizaje no la nota”.