
Brunilda (Roy Galán)
“…Lo primero que vi fue una máquina de cocacola con un Franco de silicona, vestido de gala, dentro. Aquella obra de Merino, tan polémica en Arco 12, era el jefe de estado de su mausoleo parafílico.
—Es casi tan importante como mi padre; de hecho me recuerda a él —dijo señalándola.
No me sorprendió. Para los tipos como él las cosas son más importantes que las personas. Eso no tendría por qué poner en peligro nuestra relación. Yo para él era una cosa, pensé. Recorrimos las estanterías. Coleccionista de arte contemporáneo y rarezas de la basura. Esa era su parafilia, según él. A mí me parecía un vicio bastante normal como para ser considerado una parafilia, pero entendía que en un mundo elitista y aséptico como el suyo, recoger cosas de la basura era algo anormal. Me enseñó con orgullo sus objetos más preciados, subordinados de Franco. Unos diálogos apócrifos de Platón, fotos eróticas de una tullida de comienzos de siglo, una escupidera con osos de peluche dibujados en el latón, una muñeca de porcelana con la cabeza rasurada y los pelos pegados en la entrepierna, una enciclopedia sobre el franquismo, una colección de libros sobre los experimentos de Menguele y condecoraciones de las Waffen-SS.
Me tocó el coño con una mano; con la otra se desabrochó el pantalón. Empecé con lo que intuía que más le iba a gustar. Le comí su centro de poder, abriendo bien la boca para que invadiera mi garganta. Entre bramidos, propios del dios carnero, me pidió que parara para no correrse. Me disponía a quitarme el vestido, pero quería arrancármelo. Le dije que esperara, pensando en el pastizal que había costado. Me dijo que me callara mientras lo hacía jirones. En ése momento me sentí como a él le ponía, salida como una perra, entonces a mí me apetecía. Ganas demoniacas de que me destrozara. Se metió dentro y me agarró del pelo. Quizás un poco más fuerte de lo que me gustaba, pero no importaba. Intenté tocarme el clítoris, pero no llegaba. Quería cambiar de postura, pero no me dejaba. Me preguntó si alguna vez había tenido sexo anal. Le dije que no, pero mentí porque así le excitaría más; a los hombres les gusta sentir que son los primeros en todo. Salió de mí y después de la habitación, cascándosela para que no se le bajara. Volvió con un bote de popper. Me obligó a olerlo; subidón, risa, desinhibición sexual. No lo necesitaba, pero añadió placer. Entró en mi culo como un hierro ardiente. Entonces si pude frotarme el clítoris. Eyaculó dentro de mi cavidad rectal.
—Te encantará mi lechita caliente resbalándote pierna abajo —dijo extasiado. Después añadió que se estaba enamorando.
A partir de ahí el sexo fue una copia de aquella primera vez, pero el libro iba de puta madre. Él cada vez se enganchaba más a mí, es decir, a mi coño y a mi culo. Cuando leía uno de mis relatos follábamos como animales durante tres días seguidos. Apenas comíamos, sólo fornicábamos y nos drogábamos. Cada vez me iba vampirizando más la energía. Quería que durmiera con él todas las noches. Empecé a sentirme acorralada en ese mausoleo parafílico. Yo seguía escribiendo, pero entre nosotros dos todo se reducía a follar. Nuestro sexo era una estupenda película porno, con las consecuentes relaciones de poder que yo asumía. Ya sabía que el mundo consistía en ésas jodidas relaciones infernales, pero cuando estás metida en una espiral de placer el deseo es más fuerte que todos tus principios. Todo se reducía a: mamada, mamada, mete saca por delante, mete saca por detrás, mamada, mete saca por detrás, mete saca por detrás, mamada, mamada, corrida en la boca. Pero todo por el libro…”
(*) Fragmento de un relato que aparece en el Libro de Lucha Libro Canarias, actualmente en las librerías. (BLOG DE ALEJANDRA GALO: www.desdelasentraniasdelvolcan.blogspot.com ; Facebook: Desde las entrañas del volcán)